Oficio de tinieblas

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miércoles, julio 28, 2004

Periodismo digital

     Periodismo digital

 

Ya se me había hecho costumbre leer, muy de mañana, a Ciro Gómez Leyva y a Carlos Marín en Milenio.com. Un buen día, no recuerdo exactamente cuándo, dejó de aparecer la columna La historia en breve, de Gómez Leyva. Lástima, buena pluma (antes lo veía en la tele, en el 40; ahora ni siquiera lo voy a leer). Ahora trato de leer a Marín y resulta que ya no tengo acceso a su columna. Nadie, que no se haya suscrito al periódico, puede leerlo por internet.

         Primero fue el periódico Reforma, en su edición por internet, que comenzó a cobrar a los usuarios para poder entrar a la página. Aunque, claro, lo único que rescataba en ese diario era la columna de Dehesa, los monos de Trino y las puntadas de Catón. No más. Ahora es Milenio. Sólo quedan, a mi gusto, La Jornada y El Universal.

         Lo único que pierdo como usuarios es leer las columnas, los cometarios y artículos de fondo. Al menos en Milenio no se tiene acceso a ellos, pero sí a la nota principal. Pero resulta que esa nota la leo en otros diarios, ya sea en internet, o en las versiones impresas de los nacionales y los locales.

          Esa es una de las tendencias del periodismo digital. Pero la red es tan grande, tan voluble y llena de tanta información, que a veces resulta incomprensible que los diarios de prestigio quieran lucrar ahí, en el espacio virtual. Tan fácil resulta buscar la información por otro lado y se acabó.

         Tampoco, confieso, leo un periódico en línea de pies a cabeza. Sucede que los textos son igual de extensos que los impresos y que, además, cansa la vista por la pantalla de la computadora. Pero también brinco de diario en diario para buscar, de un jalón, distintos puntos de vista.

         Por eso digo que no ha de ser buen negocio eso de empezar a cobrar por entrar en las páginas web de los periódicos. A menos que esta tendencia no se revierta y suceda lo mismo con los demás. Entonces sí, se tendrán que buscar alternativas. Pero la red las tiene. Lo mejor está por verse.

 


 

 
          

miércoles, julio 21, 2004

Los internautas

Los internautas 
  

No es tan difícil hacer click y buscar insaciablemente cuanta cosa nos venga en gana. Todo depende de nuestro estado de ánimo, de lo que nos dejen de tarea en la escuela o de nuestra voracidad voyerista.
 
            Un cliché: es la ventana al mundo. Es Internet.
 
            Explotemos nuestro lado voyerista, nos enteremos de la vida de equis persona. Escojamos un nombre: Laura Hernández. Lo primero que hay que hacer es entrar a la página de google, uno de los mejores buscadores. Tecleamos entre comillas el nombre de marras y le agregamos, sin comillas, diario, para saber si encontramos algo más íntimo.
 
            El resultado, en la primera página (para no ir más lejos), es de varias mujeres con ese nombre. Escojamos uno: el de una periodista puertorriqueña acusada de traficar cocaína.
 
            La acusada, junto a otros periodistas puertorriqueños, es señalada de traficar cocaína en República Dominicana. Ha sido llevada a juicio al lado de su esposo y se considera que puede recibir sentencia de 5 a 20 años de prisión. Encontramos tres notas periodísticas al respecto.
 
            También el resultado que nos arroja la búsqueda es de una doctora que ofrece sus servicios en la ciudad de México; de otra Laura que pega su mensaje en un foro de discusión; de otra que aparece en una lista de excompañeros de una escuela cualquiera, y otras tantas historias que se encuentran en la red.
 
            Así nos enteramos al menos de la vida de una persona, con un nombre elegido al azar. Alimentamos nuestra debilidad de mirones. Luego tecleamos otras palabras, algunas incoherentes, y la red nos proporciona resultados y hasta nos sugiere búsquedas correctas.
 
            Después de haber navegado un par de horas, decidimos entrar al famosísimo messenger para ponernos a chatear. Nos encontramos con la novedad de que algún contacto desconocido nos ha agregado a su lista. Está en línea. Iniciamos la conversación. Nos descubrimos mentirosos, diciendo falsedades de nosotros y creyéndonos, como si fuera una necesidad, lo que el otro nos dice. Él o ella también se descubre voyerista, mirón, al cabo que se esconde tras una pantalla y escoge, en cualquier galería, la foto que redondea su impostura.
           
            Así suelen ser los internautas.