Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
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miércoles, agosto 25, 2004

De piratas y corsarios



· De piratas y corsarios



A fines del año pasado, cuando salió a la venta un disco tributo a Rodrigo González, escribí un artículo sobre los discos piratas. En ese entonces narré la manera en que busqué el disco en varias tiendas. No lo localizaba. Pero al salir de uno de los negocios, caminando sobre la avenida central, lo encontré en un puesto de discos piratas. Ahí, de paso, compré otros que tampoco se hallaban en las tiendas que había visitado.

No intento, ni quiero, hacer una apología de la piratería. Es cierto que tarde o temprano muchos discos, sobre todo los comerciales, se consiguen en cualquier establecimiento. Otros discos, sin embargo, a veces son una auténtica rareza. O quizá algunos, los originales, se distribuyen en círculos cerrados.

Ahora han confiscado montones de discos piratas. Varios establecimientos dejaron de existir. Otros, los aferrados, renacieron aunque con menos mercancía, no vaya a ser que otra vez los vuelvan a barrer.

Por todos lados se aplauden las acciones en contra de la piratería. De acuerdo. Protegen a los autores, a los creadores, a quienes viven de la cantada y del espectáculo. Aunque, hay que ser sincero, algunos no deberían existir y si la piratería los truena estaría agradecido. (Perdón, sé que no vivo de eso).

Dicho sea de paso, siempre cabe la duda si quienes se dedican a exterminar a los piratas se vuelven, después, con el paso del tiempo, en verdaderos corsarios: tienen un soterrado permiso para vender, en otros círculos, a escondidas, la mercancía confiscada.

El punto es que los discos piratas se convierten en una “alternativa” para conseguir música que de una u otra manera no se vende en los comercios de Tuxtla.

Claro que depende del gusto. Pero entre los piratas hay desde la melodía trillada, esa que pasa en la radio y tv cada 10 minutos, hasta las bandas más gruesas y underground del punk, heavy, rock, metal y por ahí, también, rastas y skatos.

Esa es una de las gracias de la piratería.

Ahora proliferan los dvd piratas. En realidad sucede lo mismo. Adiós a Lenin, película exhibida en la reciente muestra internacional de cine, por ejemplo, la conseguí de casualidad apenas un par de días después de verla en el teatro. Aunque la calidad de la imagen, en este caso, es por mucho deficiente.


jueves, agosto 19, 2004

Lascivia ucrónica

Lascivia ucrónica



Todo es un sueño, una mentira. O una reinvención. Así es Ucronía, exposición del artista plástico Luis Villatoro. En ella hay fantasías, historias falsas, realidades que sólo existen en sus cuadros, en esas mujeres desnudas, lascivas, que deambulan por un mundo paralelo.

Es, como el nombre de esta columna, una mentira hecha realidad: en lugar y tiempo inexistentes.

Luis Villatoro no es un pintor de tendencias, de modas (él se define como un pintor de sentimientos, que se deja llevar por eso que trae dentro, que lacera). Su exposición retoma el sentido ucrónico para pasear en un sinfín de realidades que inexorablemente desembocan en una vagina húmeda, en labios carnosos y en cuerpos que son estéticos en esa realidad plástica. Reinventa amores con un sinnúmero de mujeres, fantasea con miles de posibilidades que tienen su origen, quizá, en una sola historia.

Es, dice Villatoro, un homenaje a la mujer. Una invención de situaciones, historias, en las que es inevitable el erotismo, el sexo y, en un desliz hormonal, la promiscuidad.

Así, del cielo cae un ángel sexuado (acierto: es una mujer), sus alas envuelven un cuerpo desnudo, perfecto, que invita al pecado, a la lujuria. Destila erotismo y fluidos que parecieran escurrir en la tinta roja. Es un amor prohibido.

O un retrato de mujer: ojos penetrantes, profundos; boca sensual y labios carnosos, antojables. Rostro que encierra algo prodigioso… que invita a la fantasía, a rescribir lo que nunca sucedió, lo que pudo haber sido.

Cuadros que lubrican y que exponen las ganas de mirar, de ver, de imaginar. Cada uno de ellos guarda una historia íntima que solamente Villatoro conoce. Pero eso no corta las alas de las miles de quimeras que se cruzan por nuestras mentes, esas que alimentan sueños y que nos asaltan en noches húmedas.

A fin de cuentas la mente es la culpable del onanismo que nos obliga a encerrarnos en un mundo en el que los fluidos corren como ríos de lava por las venas.

La exposición estará hasta los últimos días de agosto en Plaza Crystal.


miércoles, agosto 11, 2004

Veneno esnob

· Veneno esnob



En realidad es muy sencillo: enterarse un poco de los escritores (de moda o de culto), ir a la librería y pedir al empleado un título, el que sea, de los escritores de marras; después, investigar un poco sobre la música que acostumbran a escuchar los intelectuales y hacer el mismo procedimiento. Y si quiere verse todavía más chingón, adoptar costumbres raras, como esas de volverse vegetariano o hacer suyas creencias de países exóticos.

Los esnobistas apagan la tele y se ponen a leer. Niegan su historia. Se vuelven fantoches que deambulan por los cafés y no asisten, ni de broma, a ver los partidos de los Jaguares. Critican lo que siempre admiraron, se convierten en impostores.

Lenguaje y actitudes cambian. Se vuelven analíticos, adoptan un acento medio extranjero, algo así como españolito, caminan orondos y de vez en cuando prenden un cigarro mientras dan sorbos a sus tazas de café. Dejan de llevar encima revistas de espectáculos y la cambian por las culturales, por las de temas refinados.

De repente se sienten incomprendidos, amargados. No les satisface su alrededor. Antes reían a carcajadas con las ocurrencias de la hora pico, la academia y el big brother. Después dicen que todo es banal.

Se vuelven teóricos, analizan la realidad social. Saltan de los reality shows a los noticiarios, en los que, dicen, priva la mercadotecnia y las puras ganas de vender.

Pendantería esnobista o un verdadero cambio de actitud. Es difícil saberlo, a menos que empleemos esa técnica orwelliana para espiarlos día y noche y esperar a que cometan, en la soledad, algún error. Quizá cacharlos en el baño con una revista cursi; o en la cama arrullándose con canciones de Reyli.

No sé.

Les demos a algunos el beneficio de la duda. Sí, cambiaron. Entonces les podemos quitar el mote esnob, aunque les haya costado. Pero eso no significa que no puedan disfrutar de un buen partido de futbol, o dejar de ver los Simpson. ¿Total?

Y a quienes viven en la impostura, a esos sí, que se los cargue judas.



lunes, agosto 09, 2004

El ángel que cayó del cielo

Aquí van unos artículos que no había pegado

• El ángel que cayó del cielo




Riffs duros, la guitarra chilla y el requinto taladra los oídos; la voz platina, educada, de Arturo Huizar acepta, primero, ser un borrego de la sociedad, después se dice (y todos repetimos en coro) ¡un pinche loco! Así, con esa actitud, con esas características, apareció allá por la década de 1980 la banda emblemática, paradigmática diría, del metal mexicano: Luzbel.

Yo cursaba la preparatoria cuando los escuché. Llevé el casete a mi casa escondido entre mis cosas, lo puse en el walk man y comencé a nadar entre ríos de muertos, a sentir que mis manos se transmutaban en cuerdas de guitarra y sostenía paisajes de melodías encantadas (Luzbel dixit). Eran, para mí, la sensación, la irreverencia ante los Hombres G.

Un buen día, mi madre entró en mi cuarto y encontró el casete profano: en la portada aparecían demonios quemándose en el infierno, con actitudes retadoras y, en letras grandes, tenebrosas, el nombre del ángel que se cayó del cielo. Claro que eso no agradó para nada a mi madre, pero tampoco los tiró. Solamente me dio un jalón orejas y prometí no volver a escucharlo. Todo fue en vano.

Después, con el tiempo, me hice de varios de sus casetes, ahora discos: Metal caído del cielo, Pasaporte al infierno, Otra vez, Luzbel, La rebelión de los desgraciados, sus antologías perdidas, Evangelio nocturno, El tiempo de la bestia y los Vivo y desnudo.

Los cinco primero son, sin duda, los mejores. Pero los años han pasado, sus integrantes se han dispersado y solamente Huizar, con una voz cansada, casi aguardentosa, intenta revivir la leyenda. Atrás quedaron los buenos tiempos del heavy metal mexicano y, quizá, del heavy metal mundial.

Tuve la fortuna de asistir al concierto que ofrecieron en Tuxtla hace algunos años, pocos en realidad, y el espectáculo no fue lo que se esperaba, sobre todo por la voz del viejo Huizar. Sin embargo, ver al emblema del metal y recordar sus viejas rolas (Por piedad: ensayaron en ti ti toda la crueldad, eres un sacrificio sin terminar, en tu espalda abrieron canales de sangre que no alcanza a lavar el pecado del hombre, o la también vieja conocida La gran ciudad: y si te acercas al fuego verás salamandras volar, vienen sangrando recuerdos y así el sueño llega a su fin) fue lo único que valió el boleto.

Ahora recuerdo esos buenos tiempos, volviendo a escuchar, muy aferrado, sus canciones. Y quién sabe si volverá a haber otro grupo como ése, es más, quién sabe si volverá a existir otra propuesta del heavy metal clásico. Los grupos de la vieja guardia se extinguen, se hacen rucos. Ahí está Rata Blanca, o Ángeles del Infierno... y como esos, que canten en español (disculpen mi, cómo diré, chovinismo lingüístico), ya no hay.

Luzbel agoniza, siente los rayos del nuevo rock, de los nuevos géneros y de las nuevas generaciones. Pero siempre habrá irreverencia aun cuando los malditos mass media hagan circular la, dicen ellos, contracultura.







Noticias de este imperio

Noticias de este imperio (o la manipulación del pasado)



Ya en el siglo XIX había razones para negar la Historia. Con la independencia de México nacieron dos bandos, los liberales y conservadores, que discutieron e intentaron llevar a cabo su propio proyecto de nación. Entre otras cosas, ambas facciones tenían su propia idea de la manipulación del pasado. Su propio concepto de la historia de México.

En resumen: los liberales, grupo de ideas progresistas, apostaban por la creación de un nuevo ser mexicano, negando, de paso, las raíces prehispánicas e hispánicas, así como la religión católica; los conservadores, por su parte, negaban las raíces indígenas y argumentaban que la identidad debía de construirse a partir de la hispanidad, es decir, de la conquista de México a manos de los españoles.

No sé dónde he oído eso, me suena familiar.

Bien dicen que la historia describe espirales; que es, de alguna manera, cíclica. Y sí, tienen razón. Ya en el XIX se pretendía construir la identidad manipulando el pasado (también, hay que decirlo, negando el pasado). Ahora, en pleno siglo XXI también hay intentos de manipular el pasado y negar la historia. El ciclo, pues, se repite.

Una de las razones del XIX era no nacer desamparados, solos, sin ningún paternalismo en el concierto mundial. Los grupos conservadores querían, para no perder privilegios, seguir bajo el cobijo de alguna corona europea. Por eso su historia comenzaba a partir del siglo XV, cuando los españoles (esos semidioses) descubrieron estos territorios que después, al inventarla, llamaron América (O’Gorman dixit).

Una de las razones del XXI es construir una nueva identidad del mexicano de acuerdo al concierto mundial. Vivimos en la era de la tecnología y de la información, de la división internacional del trabajo, de la globalización. ¿Qué caso tiene enseñar historia? Lo que importa es no pensar, actuar mecánicamente, siempre haciendo sumas, restas y otras operaciones. Por eso nada cuesta reducir la enseñanza la historia y comenzar a contarla, qué casualidad, desde el siglo XV, al menos en la secundaria.

Ahí están las espirales de la historia. En esencia las circunstancias son las mismas, o quizá sea única: apegarse a un orden que rebasa la particularidad o, digámoslo así, la mexicanidad.

Y después hubo un dictador, luego una revolución, posteriormente una etapa de reconstrucción, una dictadura de Estado y al final una supuesta transición. ¿Ya se saben la historia?

Zapata, el sueño de Arau

Zapata, el sueño de Arau




No pretendo convertirme, de un plumazo, en crítico de cine. Pero la película Zapata, el sueño del héroe, me lleva por el inexorable camino de exponer dos cuestiones sobre este largometraje: el discurso cinematográfico y el discurso histórico.

La intención de la película no es relatar fielmente la vida de Emiliano Zapata, personaje de la Revolución Mexicana que enarboló el verdadero espíritu social de este movimiento. El mismo Alfonso Arau, director de la película, dijo que no pretendió hacer cine histórico y calificó a su cinta como una fábula. El resultado final fue un churro muy al estilo jolivudense, pasado por otros churros que a lo mejor se fumó el también director de Como agua para chocolate y Un paseo por las nubes antes de iniciar la filmación de algunas escenas.

Cinematográficamente, pues, la película no es la quintaesencia del cine mexicano. Pero hay cine para todos. Eso de jugar con la sabiduría de los chamanes, de creer que Zapata es el elegido, la reencarnación de Quetzalcóatl, se entiende dentro del discurso cinematográfico. No son más que recursos para poder contar una historia, para crear un mundo paralelo, una realidad autónoma. Claro que parece una exageración desaparecer, por arte de magia, a las mujeres chamanes, o transportar a Zapata a través del tiempo y el espacio. Eso sí es una jalada.

Si bien es cierto que no se hizo una película histórica —y por lo tanto no había un compromiso con la Historia— el discurso histórico es un reflejo de la manera en que nos han enseñado la Historia en la escuela: sigue siendo maniqueísta, esa de los personajes buenos y malos, de los villanos y de los héroes.

Zapata es el ungido, el bueno de la película. Huerta es el villano. Esa manera de contarnos la historia la tenemos impregnada; y así nos construyen el discurso de acuerdo a la historia oficial. No hay, pues, una comprensión del hecho, sino más bien una reconstrucción. Por eso esta película, y todas las que se hagan basadas en hechos reales con la misma idea, pueden funcionar como historia (sin mayúsculas).

La gente, los medios, los periodistas han dicho que se tergiversó la Historia, que no se retrató a Zapata y a otros personajes tal y como son. Sí, es cierto. Debemos entender, sin embargo, que estamos ante una recreación artística de la Historia y no precisamente ante un documental. Partiendo de esa premisa, debemos llegar al cine —o a la casa de la novia con un dvd pirata— con la idea que vamos a ver a cine y no documental. Los juicios de valor, eso de que si estuvo o no bonita la película, vendrán después.

miércoles, agosto 04, 2004

Apunte para fanzineros



· Apunte para fanzineros




Más allá de las fobias y las filias, del artículo contestatario, del poema maldito o cursi, del cuento, de la mentada de madre y de la ira que, si no se escupe, envenena, el fanzine representa un ejemplo de comunicación alternativa.

Máximo Simpson, teórico de la comunicación de origen argentino, (no lo vaya a confundir con el gordo amarillo de la tv) planteó, entre otras cosas, que para que exista comunicación alternativa el mensaje debe ser antiautoritario, horizontal, sin compromisos, con posibilidades de retroalimentación y que se convierta en una alternativa al discurso dominante.

Simpson también apuntaba que otras de las características de la comunicación alternativa son las que se refieren al usufructo del medio, a la participación de la colectividad y hasta a su distribución. En pocas palabras, el profesor argentino apeló a la colectividad y al antiautoritarismo.

El fanzine se construye por un colectivo pacheco, (o en el triste viaje de la soledad), donde simplemente se vierten ideas de manera horizontal, de tú a tú; en el que no se imponen mensajes ni se considera que lo que se dice es la neta; es tan flexible que bien cabe un poema trillado o un cuento en el que se desafía a las palabras; es un papel fotocopiado que se convierte, se quiera o no, en una alternativa al discurso dominante de los medios de comunicación.

Su distribución es de mano en mano, interpersonal, que alcanza a públicos mayores, es decir, a grupos de personas con características similares, sin llegar a la denigrada masividad. El usufructo, como tal, no existe. Considera a la información como un bien público, a los textos, literarios o periodísticos, como una necesidad.

Así es un fanzine, antiautoritario, libre, anarquista, punketo, rockero, desmadroso, alternativo, viajero, guajiro, escandaloso, alucine, anti censor, creativo, simple, cursi, sabroso, y una larga lista de etcéteras en la que se pueden incluir los calificativos más agresivos como los más aich. Puede que haya de todo.

También en la red se comienzan a popularizar los blogs, una suerte de bitácora personal. Esa también es una forma alternativa que obedece a las puras ganas de comunicarse. Aunque, además, es una buena golosina voyeur. Pero ese será tema de otra entrega.