Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

jueves, agosto 25, 2005

Ratas

Ratas

La noche empieza de maravilla. Apenas se oculta el sol compramos un sixto para empezar el jaloneo. Sabrosas y frías. Después unas gordas, piernudas (chichonas, también quiero decir). En la bodega todos están igual, algunos peor. La gente corre como loca, desesperada, rebotando en las paredes. Adrián sale al escenario entre esa bruma, humo, que caracteriza a los conciertos de rocanrol. Prueba el micrófono y su voz argentina —bien le queda el calificativo— retumba, hace eco en algunas mentadas de madre y reclamos. Apúrate, cabrón, que no tengo tu tiempo. A capela: Es de esperar que algún mediocre sea, quien juzgará de lo que nada sepa. La alineación completa de Rata Blanca sale de la penumbra. Batacazos y guitarrazos. Chillen, cabronas, lloren. Todos saltan y llueven las estrellas que, al caer, queman la piel. Pero a casi nadie le importa, hasta hay quien las recoge y le da sus tres de rigor; las rolan hasta la esquina, donde alguien apenas las acaba de matar. Pasa la vida bacha. Pareciera que los dedos de Walter son un dildo porque su guitarra llora de placer. Las masturba. Y empieza a tejer melodías orgásmicas: las brujas, que reparten besos, se montan en escobas que atraviesan sus vaginas. Surcan las aguas etéreas, de viento; estimulan a las nubes para que nos bañen, nos sumerjan en mares calmos, completamente salados. Ensordece. Gustavo empuña las baquetas como un fusil que dispara, a mansalva, a los cazadores de ballenas. Los guerreros que danzan en el mar brincan hasta un arcoiris; psicodélicos pelean por un mundo verde, lleno de verde, todo verde, bien verde, listo para vivir a brinquitos entre estados, países, viajes, viejas y fajes. Las cuerdas gruesas del bajo de Guillermo enaltecen una pared de sonido que lleva el ritmo, complementa el rito. De la penumbra decibélica salen dragones que no ven porque los magos han arrancado sus ojos, que vuelan hasta el medioevo en busca de algún libro oculto entre rosas. De las grietas de la bodega, en las alturas, desciende Agord, esa bruja que anda en busca de cerebros para destruir. La raza salta, brinca, despavorida: nadie quiere ser un zombie. Huyen entre espinas con la convicción firme de demostrar su realidad a todos aquellos que quieren ser más. Corro detrás de ellos, extasiado por la piel de esa mujer, misteriosa, amante, que me abriga con su calor. Sorteo ratas, miles, que buscan un lugar donde guarecerse. La noche es maravillosa, tanto que no quiero despertar.

Zapping

Alipuz, ese mi fanzine que espera a estar bien fermentado para raspar la garganta de sus adictos, rola como una hoja al viento (queyayo, tionoquis). Gracias, miles, al Pulido y al Navo por tirarlo a la calle. Va en el sietevecessiete.

mentas: vlatido@yahoo.com.mx

viernes, agosto 12, 2005

Pinche Lola, putita

Pinche Lola, putita



Me gusta manchar las paredes de los baños. Algunas veces, escatológico que soy, las orino con gran entusiasmo. No era algo que acostumbrara a hacer, pero encontré cierto masoquismo, de manera accidental, una vez que entré al baño de El lobo. Trémulo, sudado y bien bolo, orinaba en el mingitorio. Un temblor de no sé cuántos grados en escala de no sé qué jodidos se sintió de la puerta hacia adentro. Para no caer me recargué en la pared y el orín, caliente, saltó de mi mano al concreto.
—¡Ah, qué divertido es esto! —dije.
Regresé, satisfecho, a la mesa. Lola había pedido otra caguama; su vaso, escarchado con sal, estaba a la mitad. El mío llenito, completito, cabal.
—Don Lobo —dije— échele otras monedas a la rocola.
Intocable sonó con un par de sus mejores rolas. Música para bolo, para bailar en la pequeña pista que, a fuerza de mucha imaginación y creatividad, se dibuja en el centro de la cantina. Báilele mi reina. Lola, bailadora que es, quería bailar con Intocable. Yo, con un dejo de aburrido burócrata mezclado con lo más grueso del punk setentero, no me animé.
—Ándale, no seas simple —dijo Lola.
—No.
Lola pidió otra caguama. Metí el acelerador, de un solo trago terminé con el vaso. Un regurgito, sabroso, recorrió mis tripas. Ella sirvió. Se terminó la cerveza. Yo pedí otra. Lola pidió más monedas para la rocola. Se levantó, algo cachonda, y puso su música.
—Ya que tú no bailas —dijo cuando regresó a sentarse, con la lengua arrastrada, casi dormida. Yo sentía ganas de orinar y de volver a manchar la pared del baño. Así que me levanté y en el baño, lo primero que hice, fue apuntarle a la pared, lavarla, rociarla, pasear de un lado a otro, recorrer lo largo y ancho del mingitorio.
De regreso Lola bailaba bien cachonda con uno de los tantos bolos que había en la cantina. Pinche Lola, se le restregaba al tipo ése; juntaban sus cuerpos, los movían para atrás hacia delante. Se ponían de espaldas. La canción era esa de reversa mami, y luego que agachaditos, agachaditos, agachaditos. Y un besito. Total. Pinche Lola, quise gritarle, pero solamente me di la vuelta y regresé al baño.
¿Vomitar? Para qué. Pinche Lola, si bailas bien sabroso, si te gusta la putería. Pinche Lola, mecae.
Tomé la pluma que llevaba en mi camisa de burócrata aburrido y con mi mejor letra escribí en la pared del baño: Pinche Lola, putita. Luego oriné sobre lo que había escrito. Mear la pared y mear a Lola. Oriné, oriné y oriné, pero Lola todavía estaba ahí, en la pared, en la cantina, bailando bien cachonda.
Y aunque Lola ya no esté, escribo su nombre en los baños de las cantinas. Pinche Lola, putita. Ustedes ya saben que hago después.


Zapping

Todos los de la banda fanzinerosa, a través de la compañía editorial La Tortillería, publicaron sus pequeños libritos llenos de poemas, sucias narraciones y rolas de los Cadetes de Linares. Ahí andan, rolando, los textos del Navo, el Pulido, el Toño pinchequijote, el Niño Fors y el Molina. Ya se mocharon. Vientos.

mentas: vlatido@yahoo.com.mx