Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

miércoles, noviembre 29, 2006

Sinfonola

(67)

Sinfonola


Uno. En el Poliforum. Joaquín Sabina convoca al apellido de otro poeta, casi homófono, Sabines. Quiere regresar a Chiapas. Jet set: gobernador, dueño de equipo de futbol y presentadora de noticias. Hermanados. ¿Coreaban sus canciones? Rechifla para los políticos, autógrafos piden a las divas. Divos: espectáculo. El español cantó lo mejor de su repertorio. El continuismo promete a los consentidos. ¿Alguien de los pagudos conoce a Jaime López?

Dos. En la feria. El Tri no es tonto. Rescató lo más prendido de su producción. Rolitas viejas. Me late Vicioso: No puedo dejar el vicio, soy adicto al rock and roll, y El rock nunca muere: está escrito en el cielo y en el fondo del mar. Perras. Lluvia de tierra y orines. Vasos de cerveza surcaron el espacio. También notas sonoras. Frío de la chingada.

Tres. En la oficina. No hay bocinas, conecto los audífonos a la computadora. El Mastuerzo. Rolero. ¡Te sientes la mamá de tarzán!: te das tu taco muy orondo como nalga de princesa. Lástima que solamente yo la escuche. Anduvo en Chiapas, lo trajeron los nopagudos. Gruexxos. En cascada: Los Tres y Rafael Catana. Unos chilenos, chidos; el otro mexicano. ¿Y el manifiesto rupestre? El Navo quema discos. ¡Apúrenle!

Cuatro. En mi cuarto. Paseo por las nubes mediáticas. Detengo el tiempo, las noticias: asesinaron a Valentín Elizalde. ¡Vete ya… tu ru ru ru tu ru ru ru! Señales de los narcos. Terror. Ajuste de cuentas. El motivo, una canción. Por ahí tengo unas rolas en MP3. Para las borracheras: chicharrón, salsa roja y tabaco.

Cinco. En la calle. Tacos de tripa y al pastor. Una sangría. La grabadora. Kumbia Kings, mi dulce niña (na na na na na na). Moscas alrededor. El Sabinal. De boleto, dos y dos. Atragantado termino en lo que dura la canción. Eructo.

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miércoles, noviembre 15, 2006

Punk rocker

Punk rocker


Los atardeceres, en mi cuarto, son monótonos. El chillido del ventilador, duro y dale, tac, tac, tac, adormece; caigo desesperado en la cama. Sudo. La pinche cruda, resaca del día anterior, me pone irascible. Desesperado.
Me aflige la edad de mi computadora. Está viejísima. No lee, con eso lo digo todo, las memorias USB. Necesito otra. De reojo, tirado en la cama, con la televisión prendida, zapping, volteo a verla. Su aspecto ni siquiera me invita a escribir, a prenderla, enamorarla. No me excita. Hace días que busco una laptop. Caras las hijas de la chingada. Pregunto por ellas, las veo, acaricio, tiemblo. El precio me baja la erección. La calentura. La solución, en tiempos del capital financiero, es una tarjeta de crédito.
En huaraches, pantalón raído, playera del Che, despeinado, me lanzo a la plaza. Busco a los tipos que ofrecen tarjetas. Se ponen, como putas, en cada esquina, rincón de las tiendas en el centro comercial. Detienen a todos, venden dinero plástico. Antes me encabronaban, ahora quiero escucharlos: tasa cero, el plástico no le cuesta, sin anualidades, tarjeta light, talón de pago, credencial de elector, comprobante de domicilio… ¿ya cuenta con una?
Me miran de pies a cabeza, incrédulos. Mi playera —el revolucionario es el eslabón más alto de la humanidad— tiene un par de hoyos. ¿Cuánto gana usted? Ni trabajo. Quiero una computadora, una tarjeta. Quiero escribir, y gastar.
Las niñas bien —pantalones a la cadera, piercing, tatuajes en la naciente nalga— me ven como esnobista. Una de tantas se mantiene atenta a la conversación con el vendedor; parece observar mi rostro, mis reacciones. Cara compungida ¿cuánto gana?; mano en la cabeza, deslizándose por el pelo ¿cuenta con una?; eructo de gastritis, ¿tiene credencial de elector? Me alejo unos cuantos pasos, por curiosidad volteo. La chica aich también inquiere, pegunta, sonríe, todo es amable.
Ando por los pasillos de la plaza, deslumbrado por los aparadores. Llego, casi por inercia, a la tienda de discos. Veo de todo. Encuentro uno de The Ramones. It’s alive. No traigo efectivo, cash (Zedillo dixit). Tomo el disco y me encamino, sin ver más para no caer en tentaciones, a la caja. Mucha gente, mucha cola. 99 pesos, barato. Busco en mi cartera la tarjeta de débito. Tarjetazo.
Ventilador latoso, cama mojada, mi cuarto, enciendo la computadora. Esto sí me motiva: desempaco el disco y selecciono la canción preferida: Sheena is a punk rocker.


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miércoles, noviembre 01, 2006

Tuxtla makes me happy

(65)

Tuxtla makes me happy



Acá, en Tuxtla, la noche, dicen, puede ser espectacular. A mí ni me digan, aborrezco las cadenas de los antros y la gente nice, bien vestida, con camisas y pantalones a la moda y el pelo engomado. El día me parece más interesante. Me gusta, por ejemplo, lanzarme al futbol. La cantina “Víctor Manuel Reyna”, ¿la conocen?, tiene una pantalla gigante a la que llaman estadio. Nadie escucha a los comentaristas acartonados, y no pasan ni repeticiones ni comerciales. Chido. Narramos el partido entre todos. Eso se llama democracia: las mentadas de madre valen lo mismo que el análisis filosófico, pedante, del juego. La diferencia es que las primeras me divierten, ¡y un chorro!
Afuera, al final, los taquitos sirven para que la cerveza amarre. Comemos en medio de perros hambrientos, huesudos, que husmean debajo de las mesas. Basta una patadita para establecer un diálogo amistoso, casi fraternal, con ellos. No falta quien hace el esfuerzo por aprender a ladrar, y como recompensa recibe un taco con salsa, cebolla y cilantro.
El efecto postestadium significa una ruta sobre la Calzada a la Ciudad Deportiva hacia el Artículo 115; enfrente hay una tienda Oxxo y el bar Boca Denosequé, contra esquina un depósito. Es el crucero de la chelicidad. La parada es obligatoria: al menos se tiene que beber un sixto de Modelo por persona, departir y compartir churros, meadas y guácaras. La fiesta se arma con tambor y pito, en círculo, y bailado parachiesco.
Ahí también es el punto de partida, hacia cualquier lado, en busca de cantina. Yo camino hacia la gasolinera “El Vergel”, con sus obligatorias paradas a la vera del Sabinal para tirar el miedo amarillo. En el trayecto compro más cerveza y chuleo a las jaguarcitas que abandonan el estadio, y también a las chicas Sol y Superior. Una de ellas, sola en una esquina, se siente observada, se hace pijiji con el celular. “Amorcito, plis, apúrate que hay un pinche borracho molestándome, ¡aich!” Maquino malvadezas: me bajo la bragueta, la invito a una ducha dorada.
Poco a poco el hormiguero amarillo, esos aficionados de cepa de los Jaguares, parece disolverse. Avanzo hacia la Segunda Norte, a la altura de la 16 Oriente. Bar May. Un par de años antes se entraba por la tienda de abarrotes de al lado. Por eso le llamaba La Tiendita. Espacio cerrado, huele a orines. Calor. La caguama es bien fría. Ahí nadie dice “hello, ¿me entiendes?” El camarón con bigotes, salado; chile y cebolla viejos. ¿Importa a estas alturas? Solamente para picar. Quesillo y carne molida. Más caguamas.
Más tarde, ya noche, a la vuelta, sentado en la banqueta bajan las últimas caguamas. El árbol de la esquina es mi toilet, servicio exprés; diseño ergonómico. En la banqueta las ideas son plurales, y peregrinas. Abordo un taxi, a Estrés, por favor. En la entrada dos tipos la hacen de tos. No me quieren dejar pasar con huaraches, mucho menos bermuda. Argumento más pendejo no había escuchado. Bolo impertinente les miento la madre. Y qué, si Tuxtla, de día, me hace feliz.

mentas: vlatido@gmail.com

miércoles, octubre 18, 2006

Murmullos

(64)
Murmullos


A mí me gustaba escuchar a los demás, que me platicaran sus cosas, sus vivencias. No era, como algunos suponían, un buen charlador. Pero cuando alguien se acercaba a mí a contarme sus penurias ponía atención, y me satisfacía la “plática” en una cantina.
Y si dije la “plática”, es porque tenía la voluntad de escuchar a quien quería hablar. Sin embargo, quiero contarles, todo se acabó. Me he vuelto intolerante. Las pláticas sabrosas, las chelas, la rockola y el baile duranguense, se fueron a la chingada. Ahora sólo escucho el chillido del viento, el tac, tac, tac de las gotas de lluvia, los aullidos de los perros, y unos murmullos que no me dejan en paz. ¡Pinches murmullos! A veces sigo con cierto morbo sus cuchicheos, y otras, casi todas, ¡me fastidian!
He identificado los murmullos, y me he hecho una imagen de quiénes los emiten. El de atrás (sin albur), por ejemplo, es de un alma en pena, mujer, creo, de voz chillona, lacerante, un verdadero martirio para el oído. Atrás mismo se escucha el tintineo de un cencerro, al parecer, que se acerca al otro murmullo y comienza una letanía. Los dos hacen recuentos de sus vidas, cuando eran felices, todo les sonreía. Hoy los imagino decrépitos, viejos, sin agua.
Los vecinos de esos murmullos también cuentan sus vidas. Se comunican entre sí. Se cuentan cosas, sus cosas, sus proyectos. ¿Cómo pueden hacerlos aquí? Tienen esperanzas. Pero a mí qué me importan.
Los murmullos están todo el día. Comienzan en la mañana, muy tempranito; a esa hora son unos cuantos. Después, mientras avanza el día, se hacen más, y más, y más, y más… ¡puf!, la histeria.
También se escuchan sus pasos, es decir, los de quienes cuchichean. No conozco, insisto, quiénes son. Me parece que buscan lucirse cuando andan por ahí porque pareciera gente que, en la calle, oronda, quiere que la volteen a ver. Y entre ellos se ríen, se burlan, se critican. No sé si reírme con ellos, de ellos o encorajinarme. Por tanta bilis me trajeron aquí.
Sinceramente trato de aislarme de los murmullos, y concentrarme en lo mío. Pero, otra queja, también hay policía aquí. Nada dejan ver. Cierran las ventanas, las obstruyen, les ponen candados… limitan mi voyerismo.
En fin… (Talita dixit).
Joven, cuando recorría las calles de la ciudad, me preguntaba sobre la existencia de Dios. Nunca tuve una respuesta clara, concreta, y en afirmaciones aventuradas, que algunos llamaban desliz, incluso lo negué. Hoy, en mi tumba, quiero creer en él. ¿Habrá alguien que lo conozca, y que me conozca, que le diga que estoy enterrado en el panteón municipal?

Zapping

Los de abajo es un grupo de mexicano de ska, chingón. Su acoplado “Latin ska force”, de perlas. Reúnen voces de otros lados, igual de chingonas. Los de la “Santa”, La casta”, la Kenny, el “Pateón”… ni hablar. ¡Y su ritmo! Caso raro: son más famosos en Europa que en México, y algunos de sus discos son importados. Caros. Altamente recomendable.


mentas: vlatido@yahoo.com.mx

martes, octubre 03, 2006

Espécimen

(63)

Espécimen


Cincuenta pesos costó el boleto de la tocada. La fecha, no la recuerdo. Todavía cursaba la universidad, llevaba la mata al viento, como suelen hacerlo los posesos metaleros, y vestía siempre de negro, con playeras estampadas de demonios y degollados. No mucho hace de eso. Espécimen, tijuaneneses entonces recién radicados en el defectuoso, tocó en Tuxtla.
Tomé el boleto que había comprado en una zapatería, por el mercado, me subí al colectivo, y llegué al lugar. Sólo punch, punk, mariguana y caguamas. Lo mío, lo mío, lo mío… las caguamas.
Por estos lugares, en el sur de México, frontera, no suelen llegar las glorias del rock subterráneo mexicano. Lo han hecho, por casualidad, Luzbel, Transmetal y, quien me ocupa, Espécimen.
“Muertos por la misma sobredosis, ahora juntos nos podremos ir… ¡al infierno!”, algo así debió haber empezado el concierto aquel. No me viene a la memoria cómo fue, pero si no ocurrió así, qué importa. La rola está chingona.
El slam se armó como en los mejores hoyos: volaban playeras, zapatos, bolsas llenas de caguama, y uno que otro palo. El remolino humano expulsaba, de vez en vez, cuerpos casi inertes que rebotaban en las paredes del lugar. Y tras unos pocos minutos de sosiego, tanteando su universo, entraban de nueva cuenta en la refriega.
La voz del Benny Rotten, entre canción y canción, confirmaba la regla: chillona, aguda, amampada. Y los modos del bajista Zito Martínez, que para entonces había dejado Luzbel, suponían lo mismo. Lo chido era cuando se ponían a cantar, y con ellos echar desmadre.
En la tocada me encontré con un amigo, Luis, gruexo como él solo. Chemo, bolo o mariguano, al saber, hizo el slam. Con la rola “Corazón amargo” se volvió loco. Aventó puñetazos, patadas, y se perdió. Lo encontré, minutos después, tarareando la rola, con la cara ensangrentada, encabritado en pos de venganza.
Espécimen siguió su encore, con su “Chox es drogadicto”, “Genética”, “Cronopios” “Total” hasta casi la medianoche.
No sé por qué recordé esto, quizá ha sido una de sus rolas que dice “estoy borracho y no paro de hablar, creo que he bebido más de la cuenta…” No sé.


Zapping

La polaca en guerra de baja intensidad. Y así estamos nosotros, a la baja, a la expectativa. En Oaxaca, otra bomba. En Chiapas, realpolitik. En mi casa tanta fotocopia cría ratas. Bueno es que la izquierda cierre filas, se organice y se prepare para la batalla, que es larga. Yo vivo atrincherado.

martes, agosto 01, 2006

Postear a izquierda

Postear a la izquierda
(62)


Uno. En el blog de esta columneja (www.ucroniazz.blogspot.com) hay un par de comentarios al texto “Pacífico” que publiqué en la Ucronía anterior (es tan popular mi espacio que sólo postearon dos blogofílicos). Uno, de Ikariano, en el que manifiesta su hartazgo por la situación que vive actualmente nuestro país en torno a las elecciones. Otro, de Elmo, en el que se dice en desacuerdo con la dizque democracia, pero matiza su postura sobre las manifestaciones ciudadanas.

Dos. Creo dos cosas. Por un lado, la izquierda en México no es la misma de antaño, ni sus ideales son los de esos movimientos que fueron orillados a la clandestinidad no solamente en nuestro país, sino en prácticamente toda la América latina. Yo no he escuchado planteamientos que hablen de la dictadura del proletariado ni de la desaparición del Estado, como fase idílica, última, de los movimientos socialistas. Lo que sí he escuchado es un discurso consciente de la crisis del capitalismo, con propuestas que llaman a mantener un equilibrio en el libre mercado que proteja a los que menos tienen y a la riqueza de nuestro país.

Tres. Por otro, un pegoste (autoplagio de mi blog): “Tampoco quiero detenerme mucho en los acontecimientos —uff, pinche discurso manido de la izquierda y de la derecha, de las acusaciones mutuas, las descalificaciones, etcétera— porque sé que esto es a largo plazo, que nada cambia de un día a otro. A fin de cuentas, lo que estamos viviendo es parte de un proceso, en nosotros está pretender que sea lineal o evolutivo. Yo apuesto por lo segundo, lo malo es que quienes apuestan por lo primero son a quienes tenemos que chutarnos todos los días en todos lados, quienes tienen el apoyo de los inversionistas extranjeros, quienes se encargan de dividir aún más al país en pobres y ricos; pero no en los pobres y los ricos que tú mencionas, sino en quienes tienen la posibilidad de producir riqueza y quienes ni siquiera viven de las migajas de esa riquezas.”

Cuatro. No podemos escaparnos. ¡Prendamos la tele y sintonicemos una película soft porno a la medianoche! Al terminar, la gente sigue en la calle. Esto no se acaba con un ¡Yo gané!



Zapping

Le estoy hincando el diente a la trilogía Entrecruzamientos (Almadia-Conaculta, 2005), de Leonardo da Jandra. En el primer tomo, este escritor (tiene acento español, nació en Chiapas y vive en alguna playa oaxaqueña) se fuma un churro y, bien pacheco, centra parte su historia en la discusión entre la paideia griega y la toltecayotl azteca, dos formas viejas de educación integral y de percibir el mundo. Las novelas de Da Jandra deambulan por la filosofía, el esnobismo y la literatura basura y locochona. ¡Vaya ejercicio!


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viernes, julio 21, 2006

Pacífico

· Pacífico




1. En mis viajes cibernéticos topé con el texto “El mesías tropical”, de Enrique Krauze (www.letraslibres.com; el texto apareció en la versión impresa de la revista correspondiente al mes de junio). Krauze analiza filias y fobias de Andrés Manuel López Obrador para encontrar, en la singular forma pensar del tabasqueño, las explicaciones que alimentan la idea de que AMLO es un peligro para México. De entrada dice que es antípoda de Benito Juárez y de Lázaro Cárdenas y, al contrario, heredero natural de Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo.

2. Compara el pensamiento de Obrador con el de un mesías, y recurre a la figura de Cristo quien redimió, según el catolicismo, a la humanidad. López Obrador, dice Krauze, con discurso populista quiere hacer lo mismo. Los infortunios de su vida le han hecho pensar que vino al mundo con una misión providencial: librar a los pobres de los poderosos. El peligro para México es que movilizará a sus seguidores, los violentos, y los llevará a una lucha sin sentido por su ambición por el poder.

3. No creo en todo lo que dice Krauze: su artículo es amañado; hace que las ideas converjan en un sólo punto, sin que necesariamente sea así. Son las bondades del lenguaje y de una mente tan brillante como perversa. Krauze, todos lo sabemos, es uno de esos intelectuales orgánicos cuya función es legitimar, mediante el discurso y la propagación de las ideas, un régimen establecido. A ese régimen sirve desde sus letras libres (liberales, le hubiera gustado) y desde su idea de un México en el nuevo siglo, es decir, desde el poder mediático. Acertó en sus predicciones de los escenarios posibles el
3 de julio, pero lo hizo porque él mismo forma parte de ese gran fraude que se trata de legitimar con el discurso y no con los hechos. Es una estrella más del canal de las estrellas. Y si no, hay que seguir atentos los embates de Televisa para asegurar, de un plumazo, con pensamiento único, el triunfo de Felife Calderón.

4. El discurso violento es el que desde las estrellas saja, acuchilla. Un López Dóriga encolerizado que a como dé lugar quiere imponer su democracia, divirtiéndonos con un payaso que asiste a las fiestas donde mejor le pagan. Sonrían niños, ¿quieren que les cuente un cuento? Ya me lo sé. Es más peligrosa la violencia de los pacíficos, mochos de doble moral que expían sus penas con jugosas limosnas transadas por todos lados. Total, son de allá arriba.

5. Una joya para el diccionario: la redefinición de pacífico.


Zapping

Escucho el disco “¡Con fuerza!”, de Sekta Core, grupo mexicano de punk ska que no se complica la vida. Música rápida, a veces muy core, otras muy ska; letras sencillas con demonios y monstruos en mi cabeza y en mi almohada. A brincar: ¡El hombre eléctrico! Diviértanse, el happy punk es música para pacíficos rebeldes.

mentas: vlatido@yahoo.com.mx

martes, julio 11, 2006

Chueco

Chueco



¡Puf! Se acabó el Mundial de futbol, por fin tendré aunque sea un par de semanas para desintoxicarme, antes de que empiece la liga en México y la fase final de la Copa Libertadores. En el interregno las noticias crecientes del fraude electoral empiezan a distraer mi atención, a entretenerme. Veo cómo la fiesta de la democracia ya va en la tornaboda; me siento un poquito ebrio y ya algo desvelado. Algo de eso me encabrona porque, he de ser sincero, aborrezco las pinches fiestas. Si mi harto tendré que hacerle caso a Luis Daniel Pulido, buscaré a mis cuates para que, en coro, gritemos: “¡chinga tu madre Calderón!”. Le agrego, con algo de esnobismo izquierdoso (porque no puedo dejar que gobierne la oligarquía, el clero y las televisoras), “tu reputísima”. Al final, ¡oh triste realidad!, no creo que López Obrador se unja como presidente. Y me encabrona, porque aposté unas caguamas a que sí… y, pobre iluso, también a que la Selección jugaría el famoso quinto partido. Me encabrona porque yo las tuve que pagar, aunque, al final, regresé medio bolo a mi casa.
Lo bueno de todo esto, le dije a Talita, es que el tiempo no se termina, que la carrera es larga, que la historia nos da otras oportunidades. Dentro de seis años ahí estaré otra vez con mi dedo gordo sucio de tinta indeleble, cruzando el sol sin bloqueador recostado en la arena con una michelada y clamato, lentes oscuros y mi greña al viento. Por eso no me desespero. Y la Selección lo mismo, ya estoy pensando quién puede ser el próximo técnico (no quiero apostarle a Hugo Sánchez, pero que se me hace que es el bueno), quiénes los jugadores, quiénes los naturalizados… y también quiénes se van a prestar, borregos, a hacerle el juego a la derecha; no me malinterpreten, no que apoyen al candidato de la gente bien, sino al carrilero que por derecha pueda desbordar, encarar, driblar descaradamente para enviar buenos centros. Pero no sólo a la derecha, sino también a la izquierda porque en el Mundial México nunca llegó por los costados. Yo le apuesto a los chuecos.


Zapping

El queso y los gusanos

Menocchio, un molinero italiano del siglo XVI, tiene una idea extraña: el mundo es como un queso y en él los gusanos somos todos, los hombres, los ángeles, Dios. La Santa Inquisición, al enterarse que Menocchio difunde estas ideas que atentan contra sus dogmas, le acusa de hereje, le sigue un juicio y al final lo ejecuta. Carlo Ginzburg, autor de El queso y los gusanos, rastrea esta historia para contar cómo las culturas subalternas, sus creencias y costumbres, sobrevivieron en la Europa medieval a pesar del férreo control de la Iglesia católica.

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jueves, junio 29, 2006

june pour Vlado y Eulalio

Por: Celia Fashion!!!

HOLA REBELDE FASHION bonjour mon cher Eulalio ya se acerca el 02 de julio y la fecha me recuerda a una rola de Molotov (Gimmy the power creo). en este año he sido sacudida gratamente por dos cintas argentinas, una la ví en la muestra internacional de cine bajo el título de "Buenos Aires 100 km. la otra llegó a mis manos en forma de DVD: PLATA QUEMADA. El final quizá pueda ser previsible por (y desde) el título del film pero la forma en que llega al desenlace no es gratuita. Tenemos a los “mellizos”, viril uno y sensual el otro, son amantes; y también está el “Cuervo”, ya juntos son el trío caos, destrucción y muerte. Plata quemada es un thriller con un argumento basado en la novela homónima de Ricardo Piglia, que a su vez fue inspirada por hechos reales acontecidos en la década de los 60’s. Marcelo Piñeyra pone en pantalla una cinta provocativa que contiene tanto imágenes con dosis de pasión como de ternura y euforia. Sorprendente es la palabra que más se acerca para definirla (si es que necesita alguna) porque Piñeyro cuenta una historia de amor bien construida, utiliza el recurso de la voz en off con precisión, los cuatro personajes principales están definidos y reforzados por un buen cuadro actoral y toda la historia es acompañada por una melodía, adivinen el género.... un tango llamado "Vida Mía", es de esos de rompe y rasga. creo que con eso se dan una idea general de la película. Es una coproducción de Argentina-Francia-España, del año 2000. dirigida por Marcelo Piñeyro, con fotografía de Alfredo Mayo. si la encuentran por ahí dense la oportunidad de verla. últimamente he escuchado a The Doors. es impresionante lo actual de su música, no hablo de la letra,es la manera en que la voz de Morrison te seduce. Break on trough, Light of fire. atrevidas, sensuales, no tienen nada que pedirle a las bandas actuales de eso subgéneros inventados por el marketing: new wave, core, neopunk, post-rock, grunge, etc. seguro ya lo notaron, no tengo nada que hacer, a excepción del seguimiento al Mundial de Fut: sus guapísimos y buenísimos jugadores, las vistas de las bellas y antiguas ciudades alemanas, los cómicos Ponchito y Tachidito, la polemica q tratan de armar los televisos y los protagonista de tvazteca, blabla, bla, etc. Eso es todo. Les mando muchos abrazos y besos mojados de pozol. nos vemos luego bajo el sol.

miércoles, mayo 03, 2006

Rosa Venus

Rosa Venus



A Otto Reich, ex funcionario del gobierno norteamericano, se le apareció la historia como un grito, pero él, cínico, la quiso convertir en un susurro. Durante el programa de televisión de Andrés Oppenheimer, transmitido el lunes a la medianoche en Televisa, Reich y el titular de la emisión temían la posibilidad de un neo militarismo nacionalista en ascenso en América Latina, a propósito del triunfo en la primera vuelta electoral de Ollanta Humala en Perú. La historia pronto quiso cobrar algunas facturas: en el siglo XX, cuando el comunismo “amenazaba” a las democracias latinoamericanas, Estados Unidos alentó los golpes de Estado militares. El objetivo era mantener el antiguo régimen favorable a los intereses norteamericanos.
Este recordatorio a Reich mereció de él una respuesta lacónica, evasiva, cínica: yo no estuve ahí.
Con una sola frase, el ex funcionario se lavó las manos. Libre de culpa (manos olorosas a Rosa Venus), Reich pretendió descalificar el inminente ascenso de Humala y de la izquierda nacionalista en América Latina. Una izquierda en algunos casos representada por ex militares, como en Venezuela y posiblemente en Perú.
El punto no es aplaudir que ex militares tomen el poder, ni que propongan programas de gobierno nacionalistas, ni que, en contraparte, lo hagan tecnócratas embelesados por las mieles del neoliberalismo. Lo que me importa es señalar ese cierto desprecio hacia la historia, o la manipulación de la misma para justificar una posición. La postura es minimizarla a conveniencia, limpiarla a gusto con jabón barato y hacerla aparecer como un susurro que se acalla hasta que deja de existir.
Ya a la caída del Muro de Berlín lo quisieron hacer. El Muro significó el final de las ideologías. En ese entonces se habló del fin de la historia y de la aparición de un nuevo hombre, poshistórico, que gozaría de los beneficios del capitalismo. La contradicción, motor de la historia, decían, era cosa del pasado. Por lo tanto la historia había dejado de existir. Qué paradoja. A partir de entonces reinaría una sola manera de pensar: el modo de ser norteamericano.
No sé si dio tiempo de soñar. De la clandestinidad a la legalidad, los movimientos de izquierda en América Latina han puesto a la contradicción en el centro de la historia. Los ejemplos sobran: Brasil, Chile, Venezuela, Bolivia, Argentina, Perú, Uruguay y quizá México. Países que, como el resto de los latinoamericanos, sufrieron en diversos grados la injerencia norteamericana durante el siglo pasado.
Aunque digan “yo no estuve ahí”, o se hable de la poshistoria, los procesos históricos de los países latinoamericanos perseguirán, como fantasmas, a quienes tratan de lavarse las manos después de haber cagado.

Zapping

Diablo Guardián (Punto de lectura, 2005), de Xavier Velasco: una jovencita mexicana de clase media, fastidiada porque la obligan a oxigenarse el pelo y aprender inglés, roba 100 mil dólares a sus padres, quienes también se los habían tranzado, y se larga a Estados Unidos. Su vida cambia: se vuelve puta y drogadicta, aventurera, y decide contar sus experiencias.

martes, abril 04, 2006

Prozac

Prozac


Para Talita

Ahorré unos cuantos centavos, los suficientes, para ir con un médico y pedirle una receta para comprar prozac. Me la dio. El medicamento, le dije, tiene que producir dentro de mí una sustancia que me ponga de buen humor, que me haga enseñar los dientes para reírme de lo que pasa a mi alrededor.
Sé, también, que eso me lleva a otras cosas. Por ejemplo, tengo los dientes sucios. Hasta ahora no me he preocupado gran cosa porque casi nunca río. Además de los pesos que debo ahorrar para las pastillas, también necesitaré otros más para comprar buenos dentríficos y cepillos de dientes. Muchos de ellos se terminarán rápido. ¿Qué más? Sólo eso se me ocurre por ahora.
En la farmacia, a la mera hora, me cuesta pedir prozac. ¿Es mejor reír con el prozac o morir sin él? Quizá resulte más barato pegarme un tiro. Bueno, eso de pegarme un tiro es sólo una expresión porque no tengo una pistola. Pero igual me puedo tirar de un puente; hago como que me resbalo y punto. Pero dudo: las alturas me dan vértigo. Lo he intentado, pero tantito me acerco a las orillas me entra un miedo atroz. Una vez me tuve que amarrar una soga a la cintura y atarla de una estaca (como esas en las que amarran a los caballos para que no se huyan) y asomarme a un precipicio para poder admirar la belleza de la naturaleza.
Esa misma soga, se me ocurre, puede servir para ahorcarme. Como soy bien pornográfico aparentaría que morí masturbándome. ¿Hay un pasaje similar en alguna novela de Sade? Algo parecido a esto: un tipo se amarra una soga al cuello y sube en una silla, esperando el suicidio, la muerte. Mientras eso sucede comienza a jugar con su pene hasta que se erecta. Arriba–abajo. A punto de eyacular avienta la silla y pende de la soga mientras su semen cae a borbotones en el piso. No recuerdo si el tipo muere en la novela; en la mía la muerte sería inevitable.
Y si vuelvo al prozac, ¿una sobredosis me conduciría a la muerte? Murió por exceso de felicidad, dirían al otro día.
Me pongo a pensar en esas y mil otras formas de ser feliz o de morir. En la farmacia, con la receta médica, con la morralla en la mano, recuerdo la Constelación de Talita, sus seis estrellas, y le pido a la dependienta una caja de condones.


mentas: vlatido@yahoo.com.mx

martes, febrero 28, 2006

Vacas

· Vacas

El airecito frío de la mañana que se colaba al cuarto aclaró un poco más sus pensamientos:
—Limpiaré mi machete, lo meteré en el morral, y me iré a la ciudad.
Su decisión no le impedía hacer lo de siempre. Se levantó, caminó hacia el tanque y llenó de agua un par de cubetas. Las metió al baño. El primer jicarazo frío le enchinó la piel. Después, a sus anchas, tarareaba canciones rancheras. Terminó de bañarse, se vistió y tomó su sombrero.
El sol apenas calentaba. Quería cerciorarse, hacer bien sus cuentas. Con el dedo índice numeraba a sus vacas, en el corral. Le faltaba otra. Chasqueaba los dientes, como recriminándose por no haber contado correctamente. Volvía a empezar, el número era el mismo.
—¡Joder!, otra vaca que se me pierde —dijo a sí mismo mientras se quitaba el sombrero y lo jugaba entre sus manos. Eructó encabronado. Regresó a su casa con paso firme, decidido. Abrió el refrigerador y sacó un bote de cerveza. Bebió.
Al mediodía abordó el colectivo. Se sentó hasta adelante; puso el morral entre sus piernas. Los pasajeros ocuparon los asientos. El vehículo se puso en marcha. 20 minutos a la ciudad. Rápido.
Bajó en el centro de la ciudad. Se acomodó el sombrero hacia abajo, tapando sus ojos, para cubrirse del sol. Tomó el morral y se lo echó al hombro. Lo sujetaba con la mano, pegándolo a su pierna, mientras caminaba por las calles. Sus huaraches rechinaban. El ruido de los cláxones, el de los motores, los silbatos de los agentes de tránsito, nada lo distraía. Solamente escuchaba sus huaraches. Se concentraba en ellos. Cada paso le daba confianza.
Entró en la cantina. Caminó hacia una mesa, concentrado en el rechinido. Se sentó. Sin pedirla, la mesera le arrimó una caguama, sal y limón. Bebió. Eructó de manera discreta. Llamó a la mesera y pidió otra.
La cantina, al mediodía, no estaba llena. Un par de mesas ocupadas por comensales escandalosos. Risotadas. Frente a él dos hombres maduros reían a gusto. En la mesa de atrás había otros dos hombres, jóvenes, con aspecto campesino. También se divertían. Ninguno de ellos se había percatado de su presencia. La mesera, solo ella, lo vio entrar. Ese es su trabajo. Se acercó con la caguama que le había pedido. Él ni siquiera dijo gracias.
Con seriedad, como una ceremonia, llenaba el vaso de cerveza. De la misma manera lo tomaba. Con esa actitud, después de terminar de beber, se levantó y caminó hacia la mesa de atrás. Rechinidos. Se detuvo frente a los hombres. Se sobresaltaron. Ojos vidriosos. Sacó el machete y lo blandió con decisión. La hoja del machete cayó sobre la cabeza de uno de ellos. Golpe seco. Al incrustarse en el cráneo la sangre salpicó su camisa, el piso, la mesa. Solamente se escuchó un gemido. Con la misma decisión sacó el machete. El cuerpo sin vida se dobló. La cabeza, con pedazos de cerebro por fuera, arrastró los envases de cerveza. La sangre escurrió.
—Pendejo, te estabas robando mis vacas —dijo, con frialdad, mientras guardaba el machete ensangrentado en el morral—. ¿Creíste que no me había dado cuenta? Hasta me invitaste a echar trago, en esta cantina, sólo para preguntarme cuántas vacas tenía.
Dio la espalda. Se dispuso a escuchar otra vez el rechinido de sus huaraches. Caminó hacia el colectivo. Pensaba en lo que haría al otro día. Lo de siempre. Limpiaría su machete, lo echaría en su morral y, después de un baño, iría al corral a contar sus vacas.

mentas: vlatido@yahoo.com.mx

viernes, febrero 10, 2006

María

María



El colectivo aceleraba. Los peatones se apartaban, cuidaban su vida. Los frenones del automóvil hacían que el conductor apretara los dientes, y yo, como su único pasajero me sostenía fuerte de las agarraderas y sentía cómo se me revolvía el estómago, pero no decía nada. Me gustaba.
Se hacía tarde. Había quedado de ver a Ortega a las 4. Eran la 4:15. De seguro Ortega ya estaba ahí. Íbamos a tomar unas cervezas a una cantina en la orillada de la ciudad.
Una chica subió al colectivo. Atisbé por el retrovisor: bella, buenas piernas, nariz respingada, senos bondadosos y su cara mostraba picardía. Lamenté ir sentado en el sillón de la cabina, al lado del chofer. Imaginé su nombre. ¿Será María? Tal vez, quién no se llama así en este país.
Mientras la miraba por el espejo, ella sonreía pero no conmigo. Cruzaba las piernas y me excitaba. Se mojaba los labios y pensaba en sus otros labios, esos que también se mojan, humedecen.
Faltaban algo así como diez minutos para llegar al lugar de la cita. Pero ese espectáculo en el espejo me hacía olvidar que tenía que llegar. Pensaba en ¿María?, la chica del retrovisor.
Entraba en su cuarto. Ella me invitaba. Se volvía a mojar los labios, los mordía. Se quitaba la blusa. No permitía tocar. Sólo era un espectador. Bajaba el cierre de su falda, caía lentamente. Desabrochaba mi camisa. Zafaba su sostén. No decía nada y tampoco permitía que yo lo hiciera. Sellaba mi boca con su lengua; ardía. Sus pies se cubrieron con su pantaleta y de pronto también me vi desnudo. Quise preguntar su nombre. Respondió con su muslo rodeando mis caderas. Sentí su humedad. Mi miembro se resbaló dentro de ella.
Escuché monosílabos.
El colectivo se detuvo, el chofer me pedía que bajara. Vi sorpresa en su cara. El automóvil estaba estacionado y el motor ya no se escuchaba. Tardé unos segundos en reaccionar. Vi por el retrovisor. Yo era el único pasajero. Bajé del colectivo y caminé. Mis pasos eran lentos. Mis ideas turbias. Eran la 4:30. Entré en la cantina y al fondo vi a Ortega bebiendo una cerveza. Lo saludé. Al sentarme pedí una cerveza y saqué de mi bolsillo una cajetilla de cigarros. Encendí el primero. Mi mente buscaba con insistencia un nombre.

mentas: vlatido@yahoo.com.mx

jueves, enero 19, 2006

Cuarentena

Cuarentena


Me encerré en mi cuarto, apagué la luz y dejé que el mundo rodara. Creo que no puedo comprenderlo; es mejor dejar que siga su curso, que se descomponga solito. Yo no quiero tener nada que ver con lo que pase. Prefiero encerrarme en mi búnker (López Arévalo dixit). Puse llave a mi cuarto. Llegaron a tocarme, a tamborear la puerta. No abrí. Después decidí que los únicos que podían entrar eran mis perros. Toto ya no está. Tita y Jimmy apestan, están mugrosos. No importa. Los metí debajo de la cama. Tita estaba asustada porque alguien, en la calle, quemaba unos triques. A la pobrecita le da miedo. Supuso —hasta le creí— que el mundo se estaba acabando. Lo sabía: esto se va a la mierda. Lo bueno es que me di cuenta a tiempo.
Mi cuarto es un búnker VIP, eso creo. Tengo televisión, modular, computadora con internet, libros y una vieja video VHS. Mantengo agua cerca de mí. Nada necesito. Los enfermos, o los que nos creemos tal, no necesitamos comida. Ese día no comí. Ni siquiera quise enterarme de lo que abajo, en el comedor, se saboreaba. ¿Puedo ser sincero? Se me antojaba un ceviche de camarón con unas cervezas.
Apagué el teléfono celular.
Al siguiente día nadie había muerto.
Cuando me siento enfermo compro discos o libros. Fui a la librería y vi dos novelas en oferta. Sólo 25 pesos. Son El señor de las moscas, de William Golding y Los tipos duros no bailan, de Norman Mailer. No sé por qué lo hago. Todavía tengo un par de novelas que no he terminado de leer; tampoco le he dado mate a los cuentos de Juan García Ponce que me regaló Talita. Me hace bien tenerlos. Voy por partes.
No compré discos. Quemé. Hice la recopilación de algunas rolas que me gustan. Incluí un par de Ely Guerra, para no olvidarme de Talita.
Quiero escribir. Tengo muchas tentaciones. Me siento frente a la computadora. Joder. Entré a internet. No tardé mucho, unos cuarenta y cinco minutos. Después intenté escribir. Solamente un par de cuartillas. Escuché música, vi Los Simpsons.
Estoy preparado para el aislamiento. Cuarenta días es el plazo. He comenzado con la lectura de Mailer. ¡Coño, otro lunático! Leeré plácidamente, mientras esto concluye. Tromba en Tuxtla. Los vientos tiraron anuncios espectaculares; espectacular viento. Tembló. 4.9 grados Richter, dicen los diarios. Quizá no necesite tantos días. De todos modos sigo aislado. No quiero contagiar, no vaya a ser que alguien sobreviva. Doy vuelta a las hojas de la novela.
Amanece. Todo sigue igual. Estoy encerrado, sigo encerrado, y el mundo gira, no termina. Estoy mareado. No sé cuánto tiempo tardará en explotar. Leeré. Prometo no vomitar.


mentas: vlatido@yahoo.com.mx

martes, enero 10, 2006

Toto

· Toto



Con mi pierna intentó varias veces saciar su instinto. Le daba una patada y lo mandaba hasta abajo del sillón. Pinche Toto, deja de estar chingando la madre, le decía. Pobrecito, qué sabía él. Se salía a la calle a jocear el culo de cualquier perra, pero regresaba con la cola entre las patas. No sé qué le veía a mi pierna, se la quería coger en cualquier descuido. Alguna vez dejé que se hiciera ilusiones: se encimaba y se movía. Con sus manos se ataba como chamaquito a la pierna y zúmbale, dale y duro. Pervertido. Lo apartaba y aún en el piso, ya lejos, seguía moviéndose. Lo mismo hacía con mis amigos. Llegaba con discreción y se paraba a un ladito. Trataba de montarse. Mis amigos, también discretos, lo espantaban.
La estrategia de la pierna nunca le dio el resultado que esperaba. Después, al poco de tiempo de haberse convencido de que no iba a poder, encontró una perra. Tuvo hijos. Desde entonces se apresuraba más que nunca a orinar las plantas del jardín.
Toto creció con nosotros. Llegó a la casa cuando tenía un par de meses de nacido. Te vas a llamar Ariosto, para que no te confundan con el chucho de El mago de Oz. Estaba bien feo. Los pelos no terminaban de crecerle. Pero con el tiempo llegó a tener una greña envidiable. Todo mundo se la chuleaba. Él no se daba cuenta. Su vida era echarse frente a la puerta; obstruía el paso, ladraba a todo el que le daba desconfianza. Pinche Toto, le decíamos, si no estás en ningún rancho, ¡salte! Sus ladridos eran pura faramalla. No mordió a nadie A los perros nomás les hacía el cuento. Ladraba y se echaba a correr a la puerta de la casa, sin dejar de hacer bulla.
La nieta de una vecina llegó un día con palos para surtírselo. Alegaba que un perro amarillo, peludo, había correteado a su abuelita. Toto escuchó los reclamos y se fue a meter debajo de la escalera. Ahí pasó el vendaval. Después salió y se echó junto a mí.
—Cómo ves, Toto, ¡un perro amarillo! Los perros amarillos no existen, no fuiste tú —le dije. Me creyó, le creí. Toto no había sido. Y tan feliz su vida, espantando a las viejitas.
Ustedes se preguntarán por qué escribo nimiedades. (Ahorita Marcos anda en la Sexta, la izquierda sube en América Latina, hay crisis en el capitalismo, La Volpe no quiere llamar a Cuauhtémoc): Toto está muerto. Mi papá y mi hermana lo encontraron tirado junto a una caseta telefónica, a la vuelta de mi casa. Estaba lleno de hormigas, completamente tieso. El viento frío jugaba con su pelo, con sus ocho años. Si lo atropellaron o envenenaron no importa. Está muerto. No sé cuántas horas llevaba ahí. Estaba como dormido, como cuando se echaba a descansar. Pero estaba muerto.
¿Cómo olvidar tus travesuras, Toto? Dejabas el sillón y las camas llenas de pelo y baba; vomitabas la sala, orinabas mi cuarto, cagabas en la casa. Y las veces que quisiste cogerte a mi pierna. Pinche Toto. Mi pierna sigue virgen.
Lo metimos en un saco. ¿Qué hacer contigo, Toto? Llegó una camioneta del ayuntamiento. Qué saben ellos. Lo subieron como un costal cualquiera, lo aventaron. Los señores del servicio dijeron que lo enterrarían.
Esa noche me quedé sentado fuera de la casa, con un par de zapatos amarillos que acababa de comprar; también un disco. No quise estrenar, ni escuchar el dark guapachoso de San Pascualito Rey. Sólo escribir nimiedades.


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