Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

miércoles, octubre 31, 2007

Haragán

Ucronía
(75)

Vladimir González R.

Haragán

Tenía un walkman que llevaba escondido entre mi ropa. Cuando me aburría la clase, el partido de futbol o de estar escuchando pendejada y media en la escuela, me apartaba del grupo, buscaba los audífonos, y escuchaba música.
En la prepa, como en muchas otras etapas de un estudiante y profesionista, andaba poca paga. Compraba un par de pilas de las más baratas, de las que venden en la fayuca, para no gastar mucho en esas caras que siempre han anunciado en televisión.
Me gustaba escuchar el rock pesado, a los mexicanos, aunque las voces guturales, solía suceder, no se entendieran ni madres. ¡Para esto estaba el jevi metal! Muy poco me interesaba el rock bandoso o urbano, a excepción, nunca he de negarlo, de El Tri setentero y ochentero.
Entonces me rolaron un caset de Haragán y Compañía, el de Valedores Juveniles , bien urbano. Neta, lo digo para que no me reclame Talita, a mí no me gustaban esas ondas. Yoerametalero. Tenía la costumbre de piratearme todo lo que llegaba a mis manos. Así que me lancé a la quinta norte y compré unas cintas chinas para grabar al Haragán.
En una de tantas huidas sónicas tomé el caset grabado y lo coloqué en el walkman. Con ese arsenal, que no me convencía, entré al salón de clases. Lo inevitable sucedió. Salí dizque a tomar aire con los audífonos puestos, a escuchar al Haragán. En ese caset, Valedores Juveniles, están sus éxitos, al menos los que más recuerdo.
Las pilas suelen ser inoportunas, más si son chafas. Esas que andaba el walkman estaban casi vacías, aut. La cinta corría lento, y la voz del Haragán se distorsionaba: se escuchaba bien death, gutural, matacochi, perra. ¡Así se oía la Muñequita Sintética!
—Carnal, ontá, qué escuchás —preguntó un compañero de pinta.
Nomás le di los audífonos.
—Ta' bien perro, vos. Puta, se parecen a los Sepultura. ¿Cómo se llaman?
—El Haragán.
Aquel prometió volverse fan del Haragán, el grupo más metalero de México. Me devolvió el walkman, junté una paguita para otro par de pilas, y guardé el caset del Haragán entre silbidos y tarareos de la muñequita que inhala bolsitas con resistol.
En vivo, con los años, es otra onda. Hasta hace unos días escuché al Haragán en Tuxtla, en la Plaza de Toros. Tocaron casi todas las rolas del Valedores Juveniles. Mecae, si no son metaleros no importa.

Mentas: vlatido@gmail.com
www.ucroniazz.blogspot.com

lunes, octubre 01, 2007

Desamparado

Esta mañana calurosa me siento desamparado: me he levantado tarde porque la cama comienza a fastidiarme. Puse un dvd de Joaquín Sabina que me regaló Talita. Decidí, animado por la música, quemar un disco con las mejores canciones del español para escuchar en el viaje que realizaré a la playa. Encendí la computadora. Busqué los cables para conectarme a internet. La intención era comenzar a bajar algún material de Sabina de la red. Todo bien: cable usb donde debe ir, módem conectado. La computadora me dice, en otras palabras, que estoy listo para navegar.La sensación de desamparo comienza cuando no puedo entrar al Messenger. ¡No hay chat! Suele suceder, pienso. Quiero abrir una página, Google, y nada. Intento una y otra vez sin éxito alguno. Sabina, en la tele, dice que hay fiesta en la cocina, mientras a mí, caramba, muy de mañana, me da una crisis. Busco una tarjeta telefónica para llamar al servicio de internet. Tengo tres pesos de crédito. De por sí es una aventura marcar, atinarle a las indicaciones de la voz grabada que hace las veces de operadora. Con tres pesos ni se diga. El teléfono, después de un par de minutos, emite un chillido, como indicando que estoy a punto de quedar incomunicado. Pronto le digo lo que sucede a quien me atiende. Promete llamar en cinco minutos al celular.Me siento frente a la computadora. Juego con ella, la exploro. Desesperación, desamparo. Talita acaba de salir. La necedad me seduce, intento de nuevo conectarme a internet. Termina el dvd de Sabina con Noches de Boda. El teléfono celular permanece mudo. Silencio en la habitación. Ni los perros ladran: Natasha duerme; Gorbachov, atento, es testigo de mi frustración; Raisa está aburrida. No hay servicio.Los tres hacen un gesto cuando suena el teléfono.
—¿Tiene conectado el módem?
—Sí.—
¿Están prendidos todos los focos?
—Así es.
—No recibo señal. Pase a nuestras oficinas centrales para cambiar el módem.
Puff, calor, soledad, desamparo.
Sólo espero que Talita no tarde en regresar.
mentas: vlatido@gmail.com

lunes, agosto 27, 2007

Pinche Juan

Pinche Juan



Uno suele espantarse las moscas, si las hay, cuando espera con impaciencia a que llegue el chofer del autobús. Rentamos el vehículo para hacer un viaje de placer a las playas, cercanas en realidad, a la ciudad. Éramos varios, muchos, hombres y mujeres. El chofer nos dijo que llegaría a las seis de la mañana por nosotros. Le dijimos que lo esperaríamos en un parque, buen lugar para reunirnos todos.

Muy cabrón él nos hizo esperar más de dos horas. Ya nos habían dicho que esa era su costumbre, hacer esperar a la gente. Pero decidimos contratarnos porque nos cobraba la mitad, una ganga, de lo que nos cobraban los demás. Que si el camión estaba muy viejo, que si nos tardaríamos más en llegar, que si mejor nos callábamos y aflojábamos la paga. La lana que nos ahorramos sirvió, eso sí, para comprar cerveza. ¡Uff, sacrificios!

Una hora y el muy hijo de la chingada no llegaba. Sin moscas que espantar, pero con la hielera hasta la madre, nos pusimos a pistear. Las viejas lo vieron primero con cierto desdén, después se encabronaron. ¿De qué sirve viajar bolos? El pisto a la vez nos ponía alegres y a la vez nos encorajinaba porque no llegaba el chofer, el pinche Juan. Todos comenzamos a cantar en coro aquella rolita de los Tacubos, esa del pinche Juan, que no seas tan punk, pinche Juan, mecae.

El pinche Juan llegó a la media hielera vacía, con su mujer a cuestas. Ambos, o sea los dos, nos saludaron de mano, él, y ella de besito. ¡Buena vieja! El pinche Juan ni siquiera se disculpó, pero su mujer, uff, su mujer.

En fin, que bien encanijados nos subimos al autobús. Ya pedo, pues, no me cansaba de ver las piernas de la mujer. Ella, desprotegida ante mi mirada, platicaba con el pinche Juan mientras conducía. Embelesado yo, distraída ella. Mi mente, la mente, ya saben cómo es la mente, escenificaba mil cosas sólo con sus piernas.

Pinche Juan, mecae.

¡Qué piernas! Valió la pena esperar.

Caliente que soy, neta, no lo niego, tuve que hacer una parada en el baño para darle en la madre de una vez a la erección.

Mentas: vlatido@gmail.com

jueves, junio 14, 2007

No me dejes por favor


Ucronía

(72)

No me dejes por favor

Las vacaciones en casa de mis abuelos no terminaban luego, pero a mí me urgía irme. Tomé mis cosas el sábado, muy temprano, porque el viaje hasta San Cristóbal es de ocho horas. De Bejucal de Ocampo a Motozintla, y de ahí, de combi en combi, apretujado, hasta un bar de esos que abundan en San Cristóbal para ver tocar a Real de Catorce.

Después de unas llamadas telefónicas, cerca de la cruz, en el centro de la ciudad, conseguí un boleto para el concierto. Me lo revendieron bien caro, aunque en esos momentos de furor, y con unas ganas enormes de embriagarse de azul, a nadie le importa.

Llegué temprano al lugar, casi vacío. Me senté frente a la barra y, ya saben, la debilidad, pedí cerveza. Un buen rato después, no sé si medirlo en minutos o en corcholatas, se hizo un silencio, oscuridad. Una luz tenue iluminó, en instantes, el escenario, los instrumentos, la música. Un aullido mutado en armónica se sintió, y José Cruz, junto con los demás reales (Ábrego, Zea, Neftalí) iniciaron el blues de una noche fría, larga.

Decir con cuál empezaron no tiene importancia. Todas, absolutamente todas las canciones de los reales, de sus diez discos valen la pena. Siempre, sin embargo, hay una que espera. Mientras esa llegaba discutía, casi a gritos, entre los intersticios musicales, las referencias de Dios en las canciones de Real de Catorce, la influencia de la literatura y mi empecinamiento de bolonecio del remake de El lobo estepario, de Hesse, en Lobo, de José Cruz.

Entre las necedades llegó la que esperaba: No me dejes por favor: "considera la tortura de la tarde, la camisa desagarrada de mi última canción". Puta madre, casi para orinarse, no sólo por la letra, sino por la armónica y el requinto, en fin, toda la canción. Fueron cuatro grandes minutos.Y ese disco, Cicatrices, ni duda cabe, el mejor.

Terminó el concierto. Le dije a Cruz y a Ábrego, presumiendo, que acababa de comprar Voy a morir, su más reciente disco, el más bluesero. Me dijo que había salido, recientemente, De cierto azul, un DVD. ¡Chin!, no lo tenía. Días después hice una copia en VHS.

Esa noche terminé con un montón de desconocidos, fumadores de mota y bebedores de pisco, tirado en una cama, borracho, vomitado, sin imaginarme siquiera que años después Real de Catorce terminaría con la esclerosis múltple de José Cruz, más los otros reales enconados, distanciados, disueltos, deambulando, junto con nosotros, en una tarde como si fuera un hospital para locos depresivos.

Zapping

También entristece, aunque ya estamos acostumbrados, las vergüenzas de los futbolistos en la Copa Oro. Mejor si los eliminan, porque ahí está uno pegado, a la tele, mirando, sin tiempo para terminar El desbarrancadero, de Fernando Vallejo.

mentas: vlatido@gmail.com

martes, marzo 13, 2007

Amantes

(71)

· Amantes


Se quitó la pantaleta y dejó que él se le fuera encima, como perro de caza. Cerró los ojos, sintió la nariz recorrer todo su cuerpo. Le excitaba tanto su respiración en cada resquicio: entre sus piernas, nalgas, axilas. Se sentía mujer. Por eso, cada vez que pactaban un encuentro, a ella poco le importaba desgarrar su ropa interior, hasta quedar desnuda, exhibida, expuesta al otro.
La ocasión, en apariencia, no tenía nada de particular. El ritual, como otras veces, había sido el mismo. Un baño con jabón olor a rosas; las piernas depiladas; el delineador caro, su mejor perfume. Toda ella, debajo de la ropa, de negro.
En la cama era la mejor amante. Lo sabía. Él mismo se lo había dicho: nadie coge como tú. Pensaba eso en la regadera, mientras perfumaba su cuerpo; mientras conducía su vehículo rumbo a un parque perdido en la ciudad. Lo pensaba mientras se quitaba la pantaleta y dejaba que él, primero con la vista, después con la verga, la poseyera.
Ella tomó la iniciativa, de un brusco movimiento se puso encima. A él le gustaba. Ella sabía que le gustaba. Su lengua recorrió el cuerpo del hombre, con los ojos cerrados. No dejaba de pensar en eso que para él resultaba un halago: eres la mejor amante. La frase se había impregnado hasta el tuétano. Sí, se repetía, lo soy. Las condiciones de sus encuentros sexuales lo confirmaban. Se veían a escondidas, en un motel barato, fuera de la ciudad. Antes se encontraban en cualquier parque, se besuqueaban y partían, calientes, al cuarto.
Sí, no cabía duda, era una gran amante, su amante.
Siguió besando su cuerpo hasta que llegó a la verga erecta. Mientras la engullía pensaba en esa condición, la de amante. Tantos años a escondidas porque él no quería dejar a su novia, la oficial. Pensaba, también, en los desaires en la calle, en los nervios de los encuentros fortuitos, en su estatus de segundona.
Apretó los dientes y tiró con fuerza. Él dio un grito desgarrador mientras la sangre escurría a borbotones, bañando la cama. Ella escupió el pedazo de carne, buscó una servilleta y se limpió la boca.

mentas: vlatido@gmail.com

miércoles, febrero 28, 2007

Mierda

(70)
Mierda


Le contesto a Talita:
—Mierda.
Ella, tan hermosa, para animarme, me invita con una sonrisa a nadar en los hoyuelos de sus mejillas.
Suele suceder en días calurosos, como los de ahora. El olor nauseabundo de la mierda en todos lados. En el cristal diáfano de la ventana del autobús se para una mosca; sus patas apestan. Embarran. Del otro lado las imágenes suceden vertiginosas, a casi 140 kilómetros por hora.
No puedo acomodarme en el asiento. Lumbago. Me desparramo; reacomodo la compostura. Miro a la gente. ¿Cómo esperan que vivamos en esta mierda? Mísero salarios, peores condiciones. Pedorrisa.
Sin un céntimo en la bolsa, con el orgullo herido por mendigar para el pasaje, me ataca un hambre. Imagino, encorajinado, grandes plastas servidas en vajillas de porcelana, orines en vasos transparentes. Todos invitados al festín.
Las lombrices se arremolinan y gimen de ansiedad. Recorren orondas los intestinos. Así son ellas.
El autobús se detiene por Soriana. ¡Aquí huele a mierda! Las calles polvorientas alebrestadas por llantas de carros a toda velocidad. Trago polvo, no sacio el hambre. Llego a casa.
Talita pregunta.
—¿Qué vamos a comer hoy?
Sonrisas garciamarquianas.
—Mierda.
¡Ay, qué tentación: sus hoyuelos!

mentas: vlatido@gmail.com

viernes, febrero 23, 2007

Elote asado

(69)

Elote asado



A San Cristóbal llego por ai de las 3 de la tarde. Llevo un hambre de los mil demonios. Lo primero que hago, al bajar del camión, es comprar un cigarro. Me espero para fumarlo. Después busco, cerca de la terminal, a una señora que se pone, junto con un pequeño anafre, sobre la avenida principal. En ese anafre asa elotes. Cinco pesos, me dice mientras unta limón, sal, chile a uno y lo envuelve en un doblador. Pido el mío.
La avenida que lleva hacia el parque está empolvada. Con mis zapatos, mientras camino, pateo montoncitos de polvo que algunos niños, supongo, hicieron durante el día. Los destruyo. Chasqueó los dientes pues el limón y el chile untado en el elote me los destempla.
Solamente he mordido un par de veces el elote. Juego con los granos dentro de mi boca, mientras unos niños indígenas corren hacia mí. Quieren que les compre baratijas. No, gracias, les digo.
Por la avenida una perra en celo paraliza el tráfico. Se cruza de una acera a la otra; desquicia a los conductores. En pos de la perra unos cinco perros, jadeantes, babeantes. No puedo evitar encontrarme entre la manada. Husmean. Más adelante orinan en uno de los parques, por donde venden dulces, más baratijas y ropa. En los portales, mientras tanto, una señora me llama con insistencia. Quiere que coma en su fonda. Prefiero el elote. A mí me vale si en éste se han parado las moscas, si la doña que lo vendió no se lavó las manos. Pero no vi perros orinando cerca del anafre.
Mis pasos son lentos, es parte de la estrategia para disfrutar mejor el elote. Algunos dicen que es mejor sentarse a comerlo. A veces creo eso, pero quiero ganar tiempo. No importa que camine despacio. Avanzo. Aunque no tengo tanta prisa como parecieran tener otros. Una pareja de extranjeros, sabe de dónde, güeros y el pelo un tanto enmarañado, chocan conmigo. Caminan como si no aguantaran el frío. Reboto en una pared. Mi playera quedó llena de polvo, mi palma también. Trato de limpiarme, y continúo con el elote.
A un par de cuadras alcanzo a ver ya el parque central. Acelero un par kilómetros por hora. En ese claro aparece la gran Babel, el entrecruce de los vientos. Ya terminé el limón, quedan pocos granos. Empiezo a buscar un bote de basura. En la esquina hay uno. Me dirijo hacia él, muerdo por última vez el elote. Deposito los restos en la basura. Detrás, escondido del policía, un indigente, cipote en mano, orina.
Llevo mi mano a la bolsa de mi camisa, busco el cigarro. Después de saciar el hambre lo más agradable es fumar. Para que amarre, dicen.

mentas: vlatido@gmail.com

miércoles, febrero 14, 2007

Apocalypto

Ucronía 68

Apocalypto



Antes de entrar al cine, en esos momentos en los que muchos tienen que decidir, Talita me dijo que para ver malas películas prefería comprarlas piratas. Yo ya había decidido entrar a ver Apocalypto. Ella hizo un gesto de resignación cuando saqué el dinero y pedí los boletos.
En la sala, con nachos y refrescos, mientras embarraba mis dedos, comenzó la función. Talita y yo —ella, insisto, resignada— nos arrellanamos en las butacas, estiramos las piernas, nos descalzamos y vimos el primer derramamiento de sangre: un jabalí cazado, desmembrado, descoyolado. Escenas de lo constante en la película. Primero jabalí, después mayas.
Talita, en algunas imágenes, cerraba los ojos o volteaba a cualquier lado. De pronto, en los silencios, yo, maldoso, le decía: “ya, abrí tus ojos, podés ver”: sangre, dolor, corazones palpitantes llevados en manos.
Pensaba, ¿no es, acaso, la violencia intrínseca al ser humano? ¿Acaso los mayas fueron seres humanos ideales incapaces de cometer actos sanguinarios? Mientras me rascaba la barbilla, y desprendía uno que otro pelo, veía en Apocalypto no un discurso histórico, sino humano. El pasado histórico —anacrónico, si se quiere— no es más que el telón de fondo donde suceden las acciones humanas, ficticias, descabelladas. Y sigo pensando que el cine, o la literatura, como dijo alguien, no siempre tienen que ser fiel a la historia.
El caso es que mientras yo me sumergía en debates posmodernos (que ya yo), Talita cerraba los ojos, ponía cara de fuchi y esquivaba los golpes que parecían escapar de la pantalla. Por cada golpe comíamos nachos; a la mitad de la película los terminamos. No había manera de poner pausa, por lo que nos aguantamos las ganas de salir a comprar más.
Dos horas después, en la calle, Talita me dijo que seguía pensando que para ver películas chafas prefiere comprar piratas, y ni siquiera las clonadas.

mentas: vlatido@gmail.com