Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

miércoles, febrero 28, 2007

Mierda

(70)
Mierda


Le contesto a Talita:
—Mierda.
Ella, tan hermosa, para animarme, me invita con una sonrisa a nadar en los hoyuelos de sus mejillas.
Suele suceder en días calurosos, como los de ahora. El olor nauseabundo de la mierda en todos lados. En el cristal diáfano de la ventana del autobús se para una mosca; sus patas apestan. Embarran. Del otro lado las imágenes suceden vertiginosas, a casi 140 kilómetros por hora.
No puedo acomodarme en el asiento. Lumbago. Me desparramo; reacomodo la compostura. Miro a la gente. ¿Cómo esperan que vivamos en esta mierda? Mísero salarios, peores condiciones. Pedorrisa.
Sin un céntimo en la bolsa, con el orgullo herido por mendigar para el pasaje, me ataca un hambre. Imagino, encorajinado, grandes plastas servidas en vajillas de porcelana, orines en vasos transparentes. Todos invitados al festín.
Las lombrices se arremolinan y gimen de ansiedad. Recorren orondas los intestinos. Así son ellas.
El autobús se detiene por Soriana. ¡Aquí huele a mierda! Las calles polvorientas alebrestadas por llantas de carros a toda velocidad. Trago polvo, no sacio el hambre. Llego a casa.
Talita pregunta.
—¿Qué vamos a comer hoy?
Sonrisas garciamarquianas.
—Mierda.
¡Ay, qué tentación: sus hoyuelos!

mentas: vlatido@gmail.com

viernes, febrero 23, 2007

Elote asado

(69)

Elote asado



A San Cristóbal llego por ai de las 3 de la tarde. Llevo un hambre de los mil demonios. Lo primero que hago, al bajar del camión, es comprar un cigarro. Me espero para fumarlo. Después busco, cerca de la terminal, a una señora que se pone, junto con un pequeño anafre, sobre la avenida principal. En ese anafre asa elotes. Cinco pesos, me dice mientras unta limón, sal, chile a uno y lo envuelve en un doblador. Pido el mío.
La avenida que lleva hacia el parque está empolvada. Con mis zapatos, mientras camino, pateo montoncitos de polvo que algunos niños, supongo, hicieron durante el día. Los destruyo. Chasqueó los dientes pues el limón y el chile untado en el elote me los destempla.
Solamente he mordido un par de veces el elote. Juego con los granos dentro de mi boca, mientras unos niños indígenas corren hacia mí. Quieren que les compre baratijas. No, gracias, les digo.
Por la avenida una perra en celo paraliza el tráfico. Se cruza de una acera a la otra; desquicia a los conductores. En pos de la perra unos cinco perros, jadeantes, babeantes. No puedo evitar encontrarme entre la manada. Husmean. Más adelante orinan en uno de los parques, por donde venden dulces, más baratijas y ropa. En los portales, mientras tanto, una señora me llama con insistencia. Quiere que coma en su fonda. Prefiero el elote. A mí me vale si en éste se han parado las moscas, si la doña que lo vendió no se lavó las manos. Pero no vi perros orinando cerca del anafre.
Mis pasos son lentos, es parte de la estrategia para disfrutar mejor el elote. Algunos dicen que es mejor sentarse a comerlo. A veces creo eso, pero quiero ganar tiempo. No importa que camine despacio. Avanzo. Aunque no tengo tanta prisa como parecieran tener otros. Una pareja de extranjeros, sabe de dónde, güeros y el pelo un tanto enmarañado, chocan conmigo. Caminan como si no aguantaran el frío. Reboto en una pared. Mi playera quedó llena de polvo, mi palma también. Trato de limpiarme, y continúo con el elote.
A un par de cuadras alcanzo a ver ya el parque central. Acelero un par kilómetros por hora. En ese claro aparece la gran Babel, el entrecruce de los vientos. Ya terminé el limón, quedan pocos granos. Empiezo a buscar un bote de basura. En la esquina hay uno. Me dirijo hacia él, muerdo por última vez el elote. Deposito los restos en la basura. Detrás, escondido del policía, un indigente, cipote en mano, orina.
Llevo mi mano a la bolsa de mi camisa, busco el cigarro. Después de saciar el hambre lo más agradable es fumar. Para que amarre, dicen.

mentas: vlatido@gmail.com

miércoles, febrero 14, 2007

Apocalypto

Ucronía 68

Apocalypto



Antes de entrar al cine, en esos momentos en los que muchos tienen que decidir, Talita me dijo que para ver malas películas prefería comprarlas piratas. Yo ya había decidido entrar a ver Apocalypto. Ella hizo un gesto de resignación cuando saqué el dinero y pedí los boletos.
En la sala, con nachos y refrescos, mientras embarraba mis dedos, comenzó la función. Talita y yo —ella, insisto, resignada— nos arrellanamos en las butacas, estiramos las piernas, nos descalzamos y vimos el primer derramamiento de sangre: un jabalí cazado, desmembrado, descoyolado. Escenas de lo constante en la película. Primero jabalí, después mayas.
Talita, en algunas imágenes, cerraba los ojos o volteaba a cualquier lado. De pronto, en los silencios, yo, maldoso, le decía: “ya, abrí tus ojos, podés ver”: sangre, dolor, corazones palpitantes llevados en manos.
Pensaba, ¿no es, acaso, la violencia intrínseca al ser humano? ¿Acaso los mayas fueron seres humanos ideales incapaces de cometer actos sanguinarios? Mientras me rascaba la barbilla, y desprendía uno que otro pelo, veía en Apocalypto no un discurso histórico, sino humano. El pasado histórico —anacrónico, si se quiere— no es más que el telón de fondo donde suceden las acciones humanas, ficticias, descabelladas. Y sigo pensando que el cine, o la literatura, como dijo alguien, no siempre tienen que ser fiel a la historia.
El caso es que mientras yo me sumergía en debates posmodernos (que ya yo), Talita cerraba los ojos, ponía cara de fuchi y esquivaba los golpes que parecían escapar de la pantalla. Por cada golpe comíamos nachos; a la mitad de la película los terminamos. No había manera de poner pausa, por lo que nos aguantamos las ganas de salir a comprar más.
Dos horas después, en la calle, Talita me dijo que seguía pensando que para ver películas chafas prefiere comprar piratas, y ni siquiera las clonadas.

mentas: vlatido@gmail.com