Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

martes, marzo 13, 2007

Amantes

(71)

· Amantes


Se quitó la pantaleta y dejó que él se le fuera encima, como perro de caza. Cerró los ojos, sintió la nariz recorrer todo su cuerpo. Le excitaba tanto su respiración en cada resquicio: entre sus piernas, nalgas, axilas. Se sentía mujer. Por eso, cada vez que pactaban un encuentro, a ella poco le importaba desgarrar su ropa interior, hasta quedar desnuda, exhibida, expuesta al otro.
La ocasión, en apariencia, no tenía nada de particular. El ritual, como otras veces, había sido el mismo. Un baño con jabón olor a rosas; las piernas depiladas; el delineador caro, su mejor perfume. Toda ella, debajo de la ropa, de negro.
En la cama era la mejor amante. Lo sabía. Él mismo se lo había dicho: nadie coge como tú. Pensaba eso en la regadera, mientras perfumaba su cuerpo; mientras conducía su vehículo rumbo a un parque perdido en la ciudad. Lo pensaba mientras se quitaba la pantaleta y dejaba que él, primero con la vista, después con la verga, la poseyera.
Ella tomó la iniciativa, de un brusco movimiento se puso encima. A él le gustaba. Ella sabía que le gustaba. Su lengua recorrió el cuerpo del hombre, con los ojos cerrados. No dejaba de pensar en eso que para él resultaba un halago: eres la mejor amante. La frase se había impregnado hasta el tuétano. Sí, se repetía, lo soy. Las condiciones de sus encuentros sexuales lo confirmaban. Se veían a escondidas, en un motel barato, fuera de la ciudad. Antes se encontraban en cualquier parque, se besuqueaban y partían, calientes, al cuarto.
Sí, no cabía duda, era una gran amante, su amante.
Siguió besando su cuerpo hasta que llegó a la verga erecta. Mientras la engullía pensaba en esa condición, la de amante. Tantos años a escondidas porque él no quería dejar a su novia, la oficial. Pensaba, también, en los desaires en la calle, en los nervios de los encuentros fortuitos, en su estatus de segundona.
Apretó los dientes y tiró con fuerza. Él dio un grito desgarrador mientras la sangre escurría a borbotones, bañando la cama. Ella escupió el pedazo de carne, buscó una servilleta y se limpió la boca.

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