Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

miércoles, diciembre 03, 2008

Nada pasa

Regreso de san Cristóbal en grúa. Mi carro, cual ballena, se quedó varado. El clutch o el módulo o las bujías o quién sabe qué tendrá. Tan incierto es como el discurso de Sabines: mala dicción o borracho. Para el caso es lo mismo, ¿alguien le habrá entendido? Sus esbirros comunicadores lo saben. Por eso sin tardanza, por la noche, organizaron una mesa redonda oficial y oficiosa. Tradujeron palabra por palabra lo que el jefe no pudo decir (no podía articular nada). En esa mesa redonda entendí lo que no había podido: que vivimos en el país donde nada malo pasa. Es cierto, mi carro descompuesto es sólo circunstancia.

lunes, abril 21, 2008

Días de burócrata

(77)

· Días de burócrata


El licenciado José Arcadio tomó su verga, la sacudió, cerró el zíper y volvió a la mesa del restaurante donde comía. Con sus compañeros de trabajo, pulcros todos ellos, bebía grandes tragos de licor mientras de las pantallas gigantes se escuchaba el tiritititonadamás.
—Métela pinche güey, para eso te pagan la lana del mundo —gritaba y de su boca salían escupitajos.
El licenciado José Arcadio no estaba satisfecho, algo andaba mal. Cada trago de licor le parecía una mentada de madre. Hace ya tiempo, decía a sus compinches, los buchazos de güisqui le sabían a mierda. Sus bebedores amigos, medianamente letrados algunos, decían que se dejara de pendejadas, no porque su nombre sonara a alguna novela del Gabo tendría que andarse con absurdos.
—No mi lic, eso déjalo para esos escritores modositos que seguro leyó tu papá mientras cogía —le decían.
A pesar de los reclamos de sus amigos, el licenciado José Arcadio no dejaba de sentir cierta desesperación. A veces pensaba, otro absurdo, que regresar a la monotonía de antes le ayudaría superar su actual estado de insatisfacción. Recordaba días de burócrata, los suyos, pasados al fin, cuando la banqueta era su cantina. Su nueva cotidianidad, ahora fastidiosa, le exigía mirar sus orígenes, hacer lo de antes.
Examinó su vestimenta; notó, con desagrado, que había abandonado sus camisas baratas por unas que, supuestamente, le daban mejor aspecto; incluso, en alguna ocasión, había decidido asistir con corbata a su nueva oficina. La ropa que en ese momento llevaba puesta comenzó a asfixiarlo. Hilillos de sudor corrían por su frente, resbalaban, surcaban su rostro.
Se había quedado callado, absorto, ahora, en sus pensamientos, mientras sus compinches, después de señalarle sus pendejadas, seguían atentos al partido de futbol en la pantalla gigante.
—Estás pálido, licenciado —le dijo uno de sus compinches.
Al sentirse descubierto, el licenciado José Arcadio se sintió invadido por la angustia. Con el pretexto de ir de nueva cuenta al baño, abandonó el restaurante.
Varias cuadras más adelante, donde vio la oportunidad, se sentó en la banqueta y destapó una cerveza de las seis que compró en su huida. Al beber le vino la calma al cuerpo, vio de reojo el árbol de la esquina.
Mientras sacaba su verga para orinar, parado al pie del árbol, añoraba, ahora, que alguien le dijera pinche José Arcadio.


Zapping

¿Alguien podrá decirle a Felipe Calderón que vaya y chingue a su madre? Lo triste, aunque la chingue, es que su maquinaria no se detiene, no hay quien le ponga freno. Dicen los futuristas, ojalá sea cierto, que a este sistema le quedan la cantidad suficiente de años para verlo morir.


mentas: vlatido@gmail.com

jueves, enero 31, 2008

Si Farabeuf...


(76)

Si Farabeuf


Para Talita, unicachense

No tengo cámara, alguien se la llevó. Me gustaría tomar una fotografía y emular a Salvador Elizondo y su Farabeuf. Describir el instante, el momento, el segundo en que la cámara hace clic, capta la imagen.
El arte comienza, no siempre, en la composición, sino en hacer la lectura correcta. Educar al ojo. Abrir el diafragma, permitir que entre luz, la suficiente, para pintar. Elegir la velocidad correcta, exacta. Paradójico, la velocidad que congelará el instante.
La foto que da pie a Farabeuf es la de un hombre atado, las piernas, los brazos estirados, sus verdugos lacerándolo. Ese es el instante. Dolor. Crónica, para qué más.
No tengo cámara, no hay foto. El instante, sin embargo, sucede. No lo puedo captar, describir, vivir. Ocurre allá, lejos de donde me encuentro.
Mujeres y hombres, muchos, no todos, atados de manos, selladas sus bocas. Sólo observan atentos lo que sucede. Los verdugos lastiman, clavan.
En otro lado, sin embargo, hacen que las cosas sucedan, pasen, sigan su curso natural. Tanto así que de un día a otro, quienes no aguantaban el dolor, aprendieron a vivir con él. "Es bueno", les dicen. Escurren tinta, ponen sus nombres, se esconden, cronican, con su nuevo cristal, ese instante que yo no he podido fotografiar.
¿Un instante? Alguien más lo captará. Será su deber darle un nuevo significado, contar otra historia. Otra, y otra y otra y otra y otra, hasta que los mismos, los de siempre, detengan su máquina del tiempo.
Y Farabeuf, el doctor de Elizondo (Farabeuf, su obra maestra), ténganlo seguro, ahí estará. Clic.

Mentas: vlatido@gmail.com
www.ucroniazz.blogspot.com