∑ El gnomo tic…
Un gnomo es el encargado de recordar todos lo días, muy temprano, que la hora ha llegado. Sacude mis cobijas, me descobija, pues, y siento la helada mañana entrar por mis pies. ¡Ah!, me encorajino y tomo la cobija para volver a cubrirme, pero minutos después todo se vuelve inútil, la mañana me aplasta.
Carajo, digo, otro día más.
El gnomo lleva, a cuestas, el tiempo. Lo mide, lo pulsa, lo hace suyo. Recorre grandes avenidas, deambula por las cantinas, entra, también, en la iglesia. Va a donde quiere ir.
Cuenta con parsimonia los minutos, los segundos. Qué habilidad y paciencia para no perder la cuenta, para saber a cada rato, a cada instante, que del uno sigue el dos, llega hasta el sesenta, y comenzar otra vez. Parece un militar entrenado para ser exacto, para apretar el gatillo en el momento preciso, justo.
Acepto que tengo un gnomo, pero lo escondo. Lo último que hice con él fue quitarle la correa, dejarlo libre, como sé que es. Pero el muy condenado se aferra a estar ahí. Lo he aventado debajo de mi cama, le he dicho que se calle, es más, lo programo para que nada diga, para que deje de contar. Pero ese maldito —sí, maldito, tengo ganas de decirlo— regresa porque se sabe importante.
Lo dejo encerrado en mi cuarto, a veces tirado, otras en el buró, junto a la computadora, lo meto en alguna caja, hasta he pensado tirarlo por el retrete.
En la calle veo que todos tienen también uno, pero no saben que es un gnomo. Lo cargan en sus bolsillos, lo andan en la muñeca, hasta en los celulares (maldita sea, caigo en la cuenta de que yo también). Disimulo para no delatar que, inconscientemente, lo he traído en el bolsillo. Cuando me desespero me acerco a alguien y pregunto por el gnomo que andan. Claro que no les digo que es un gnomo, sino pegarían de brincos, lo matarían, y este mundo se iría a la mierda.
(¡Que se vaya!, grito desde el baúl de deseos reprimidos).
Los gnomos, a final de cuentas, hacen de nosotros lo que quieren, y creo que lo que quieren es atarnos, esclavizarnos. Lo han hecho, cabrones. Porque llega la noche, la medianoche, y entonces el gnomo dice duérmete y, por más rejego que me ponga, caigo como siempre hasta el otro día.
(¿Dije que cuando aviento al gnomo debajo de la cama se empecina en saltar a la pared, a la televisión, al modular, a la video?)
¡Maldición, qué necedad de estar atado al gnomo, midiendo el tiempo!
mentas: vlatido@yahoo.com.mx
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