Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

lunes, octubre 17, 2005

Vértigo

Vértigo


Para los Liévano, por la amistad (y las chelas)

No fue difícil quitar los candados de la ventana. Lorena ocupó una segueta y no mucha imaginación. Se sentó en la orilla. Seseaba. Miró los carros que hasta el fondo paseaban como pececitos, cardúmenes que avanzan sigilosamente hacia la oscuridad del mar.
Dejó a un lado el teléfono celular. Dio todos los datos, su dirección. Fue un accidente, les dijo. Seguía confundida, no sabía si esperar.
Lorena, sentada, absorta, desde arriba recorría las avenidas con la vista; fumaba un Camel. Sus manos temblaban porque todavía se sentía algo nerviosa. Sabía que lo de anoche no fue más que un accidente.
Aun así temblaba.
—Embrócate, saca todo de una buena vez.
Karen, a punto del desmayo, apenas escuchó las recomendaciones desesperadas de Lorena. Asomó su cabeza al retrete y comenzó a vomitar.
La fiesta había terminado, los invitados ya no estaban. Lorena, sola, lidiaba con su amiga alcoholizada.
—Toma un poco de café. Duerme.
La recostó bocabajo. Por la mañana la encontró muerta, con la cara viendo al techo. Ahogada en su propio vómito.
Lorena, asustada, lo único que pensó fue llevarla hasta el cuarto de servicio, ahora desocupado. Subió dos pisos. Abrió la puerta.
Se sentó en una mecedora, pronto creyó que el cuerpo apestaba. Lo vio. No me jodas, le dijo, todavía no puedes apestar, te acabas de morir. Pestilencia. Se acercó a la ventana, estaba cerrada. Dos candados. Hurgó en el cuarto y encontró una segueta. Comenzó a embestir, poco a poco, como las gotas de agua que carcomen, que pulen una piedra. Cedieron.
Se sentó en la orilla. Volvió a sentir el mal olor. Buscó entre la ropa de Karen una cajetilla de cigarros. Eran Camel. Encendió uno. Fumaba sentada, esperando a que la pestilencia disminuyera. Fueron tres, cuatro, cinco.
Fue un accidente, se repetía. Les repetía
Temblaba.
Terminó el quinto Camel pero no la pestilencia. Se dio la vuelta, tomó la mano fría de Karen. Fue un accidente. Su mano también estaba fría. Puso el cuerpo inerte, guango, a un lado suyo. Lo recargó en el marco de la ventana. Tiró la colilla del cigarro por la ventana. No le despegó la vista hasta que chocó en el suelo.
Suspiró. Abrazó el cuerpo de su amiga; vio la colilla, en la banqueta, junto a las demás. Sintió vértigo.
La puerta se abrió lentamente. Entraron dos oficiales de la policía.
Fue un accidente, dijo.
Estiró las manos.


mentas: vlatido@yahoo.com.mx

2 comentarios:

Roberto Iza Valdés dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Anónimo dijo...

Hey, ese Roberto Iza Valdes me tiene hasta el gorro pegando pura basura.