Oficio de tinieblas

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sclc/vlátido

martes, enero 10, 2006

Toto

· Toto



Con mi pierna intentó varias veces saciar su instinto. Le daba una patada y lo mandaba hasta abajo del sillón. Pinche Toto, deja de estar chingando la madre, le decía. Pobrecito, qué sabía él. Se salía a la calle a jocear el culo de cualquier perra, pero regresaba con la cola entre las patas. No sé qué le veía a mi pierna, se la quería coger en cualquier descuido. Alguna vez dejé que se hiciera ilusiones: se encimaba y se movía. Con sus manos se ataba como chamaquito a la pierna y zúmbale, dale y duro. Pervertido. Lo apartaba y aún en el piso, ya lejos, seguía moviéndose. Lo mismo hacía con mis amigos. Llegaba con discreción y se paraba a un ladito. Trataba de montarse. Mis amigos, también discretos, lo espantaban.
La estrategia de la pierna nunca le dio el resultado que esperaba. Después, al poco de tiempo de haberse convencido de que no iba a poder, encontró una perra. Tuvo hijos. Desde entonces se apresuraba más que nunca a orinar las plantas del jardín.
Toto creció con nosotros. Llegó a la casa cuando tenía un par de meses de nacido. Te vas a llamar Ariosto, para que no te confundan con el chucho de El mago de Oz. Estaba bien feo. Los pelos no terminaban de crecerle. Pero con el tiempo llegó a tener una greña envidiable. Todo mundo se la chuleaba. Él no se daba cuenta. Su vida era echarse frente a la puerta; obstruía el paso, ladraba a todo el que le daba desconfianza. Pinche Toto, le decíamos, si no estás en ningún rancho, ¡salte! Sus ladridos eran pura faramalla. No mordió a nadie A los perros nomás les hacía el cuento. Ladraba y se echaba a correr a la puerta de la casa, sin dejar de hacer bulla.
La nieta de una vecina llegó un día con palos para surtírselo. Alegaba que un perro amarillo, peludo, había correteado a su abuelita. Toto escuchó los reclamos y se fue a meter debajo de la escalera. Ahí pasó el vendaval. Después salió y se echó junto a mí.
—Cómo ves, Toto, ¡un perro amarillo! Los perros amarillos no existen, no fuiste tú —le dije. Me creyó, le creí. Toto no había sido. Y tan feliz su vida, espantando a las viejitas.
Ustedes se preguntarán por qué escribo nimiedades. (Ahorita Marcos anda en la Sexta, la izquierda sube en América Latina, hay crisis en el capitalismo, La Volpe no quiere llamar a Cuauhtémoc): Toto está muerto. Mi papá y mi hermana lo encontraron tirado junto a una caseta telefónica, a la vuelta de mi casa. Estaba lleno de hormigas, completamente tieso. El viento frío jugaba con su pelo, con sus ocho años. Si lo atropellaron o envenenaron no importa. Está muerto. No sé cuántas horas llevaba ahí. Estaba como dormido, como cuando se echaba a descansar. Pero estaba muerto.
¿Cómo olvidar tus travesuras, Toto? Dejabas el sillón y las camas llenas de pelo y baba; vomitabas la sala, orinabas mi cuarto, cagabas en la casa. Y las veces que quisiste cogerte a mi pierna. Pinche Toto. Mi pierna sigue virgen.
Lo metimos en un saco. ¿Qué hacer contigo, Toto? Llegó una camioneta del ayuntamiento. Qué saben ellos. Lo subieron como un costal cualquiera, lo aventaron. Los señores del servicio dijeron que lo enterrarían.
Esa noche me quedé sentado fuera de la casa, con un par de zapatos amarillos que acababa de comprar; también un disco. No quise estrenar, ni escuchar el dark guapachoso de San Pascualito Rey. Sólo escribir nimiedades.


mentas:vlatido@yahoo.com.mx

5 comentarios:

Héctor Anselmo dijo...

Pues, mi Carnal, lo acompaño sensiblemente en su pena -que no pierna, aclaro- pero entienda que tal vez fue mejor. Ahora Toto estarà disfrutando del cielo de los perritos, que es un lugar hermoso donde los canes huelen sus traseros y corren entre montañas de excremento y croquetas; no hay veterinarios y por tanto, no hay inyecciones contra la rabia y el parvovirus. Rest in peace, Toto.

Héctor Anselmo dijo...

Ah, y se me olvidaba... antes de escuchar a los satelucos de San Pascualote Rey prefiero pegarme un tiro... y acompañar al Toto en el cielo de los perritos.

Anónimo dijo...

Hey Anxxxelmo: Toto ha de estar extático en el cielo de los perritos, me cae que así debe ser, sin veternarios ni rabia. Allá esté, dándole duro. Y el San Pascualote, como vos decís, ya lo escuché y pos, neta, me siguen gustando más los guitarrazos y batacazos.

Héctor Anselmo dijo...

Ja, ja, ja... si se trata de guitarrazos y batacazos, sin duda alguna, le voy màs a... mmm... mmm... puta, hay tantos miles antes que ellos... no me lo creerà pero el 18 de septiembre, en el toquìn de anirvesario luctuoso al Redrogo Gonzàlez, en el Zòpcalo de esta ciudad, prendieron a muy poquita banda... la neta, la neta, no pelearè con vos, mejor le invitarè a escuchar a los grupos de su comunidad, creo que hacen màs ruido que esos gûeyes, je, je, je... es broma. Salut

Anónimo dijo...

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