Ucronía
(72)
No me dejes por favor
Las vacaciones en casa de mis abuelos no terminaban luego, pero a mí me urgía irme. Tomé mis cosas el sábado, muy temprano, porque el viaje hasta San Cristóbal es de ocho horas. De Bejucal de Ocampo a Motozintla, y de ahí, de combi en combi, apretujado, hasta un bar de esos que abundan en San Cristóbal para ver tocar a Real de Catorce.
Después de unas llamadas telefónicas, cerca de la cruz, en el centro de la ciudad, conseguí un boleto para el concierto. Me lo revendieron bien caro, aunque en esos momentos de furor, y con unas ganas enormes de embriagarse de azul, a nadie le importa.
Llegué temprano al lugar, casi vacío. Me senté frente a la barra y, ya saben, la debilidad, pedí cerveza. Un buen rato después, no sé si medirlo en minutos o en corcholatas, se hizo un silencio, oscuridad. Una luz tenue iluminó, en instantes, el escenario, los instrumentos, la música. Un aullido mutado en armónica se sintió, y José Cruz, junto con los demás reales (Ábrego, Zea, Neftalí) iniciaron el blues de una noche fría, larga.
Decir con cuál empezaron no tiene importancia. Todas, absolutamente todas las canciones de los reales, de sus diez discos valen la pena. Siempre, sin embargo, hay una que espera. Mientras esa llegaba discutía, casi a gritos, entre los intersticios musicales, las referencias de Dios en las canciones de Real de Catorce, la influencia de la literatura y mi empecinamiento de bolonecio del remake de El lobo estepario, de Hesse, en Lobo, de José Cruz.
Entre las necedades llegó la que esperaba: No me dejes por favor: "considera la tortura de la tarde, la camisa desagarrada de mi última canción". Puta madre, casi para orinarse, no sólo por la letra, sino por la armónica y el requinto, en fin, toda la canción. Fueron cuatro grandes minutos.Y ese disco, Cicatrices, ni duda cabe, el mejor.
Terminó el concierto. Le dije a Cruz y a Ábrego, presumiendo, que acababa de comprar Voy a morir, su más reciente disco, el más bluesero. Me dijo que había salido, recientemente, De cierto azul, un DVD. ¡Chin!, no lo tenía. Días después hice una copia en VHS.
Esa noche terminé con un montón de desconocidos, fumadores de mota y bebedores de pisco, tirado en una cama, borracho, vomitado, sin imaginarme siquiera que años después Real de Catorce terminaría con la esclerosis múltple de José Cruz, más los otros reales enconados, distanciados, disueltos, deambulando, junto con nosotros, en una tarde como si fuera un hospital para locos depresivos.
Zapping
También entristece, aunque ya estamos acostumbrados, las vergüenzas de los futbolistos en la Copa Oro. Mejor si los eliminan, porque ahí está uno pegado, a la tele, mirando, sin tiempo para terminar El desbarrancadero, de Fernando Vallejo.
mentas: vlatido@gmail.com
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