Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

viernes, noviembre 12, 2004

Blanco y negro

Era el año de 1986. Ya había terminado el mundial de futbol. El televisor que teníamos, en el que nos chutamos los goles, escasos, de la selección mexicana, se había echado a perder. Creo que ya estaba viejito. Pero era un televisor a colores, Koblenz. ¿Buena marca? Saber, era un niño para comprenderlo.

Mi papá tuvo que comprar otro televisor. Salimos a la carretera a esperar el camión de la mueblería donde lo compró, le hicimos señas para que entrara en la colonia. Lo encaminamos a la casa. El televisor era mucho más pequeño que el anterior. Era blanco y negro. Bueno, en realidad se miraba mucho mejor, sin arroz y con menos interferencia.

Lo prendimos. Fue a tiempo porque en el canal dos estaba anunciada Macario, película basada en el cuento de B. Traven. (Y éste, a su vez, se fusiló a los hermanos Grimm). No hicimos palomitas ni compramos Coca. Simplemente nos sentamos a ver ese aparato que a mí me tenía maravillado, cautivado.

Además, el morbo recorría mi cuerpo. No esperaba ver viejas desnudas, ni vecinas agarradas del chongo, ni guerras, ni mamadas, ni cualquier otro espectáculo real. Lo que esperaba era la película. Sabía de ella porque me pasaba las tardes en casa de la vecina, pegado a la tele.

El primer libro que le robé a mi papá (o que él puso en mi camino) fue Cuentos del hombre a quien nadie conoce, de B. Traven (Son casi los mismos de Canasta de cuentos mexicanos, pero diferentes traductor y editorial). Y ahora vería Macario, uno de esos cuentos, en la telera: el Diablo tentando a Macario; Dios tentando a Macario, la Muerte tentando a Macario.

Claro que para entonces funcionaba al revés. Qué iba a saber de eso que dicen, que el cine echa a perder los textos literarios. Al contrario, yo quería ver a esos seres que solamente me imaginaba, y lo hacía de mil maneras. Por eso sentía morbo, mucho. Y ahí estaba Dios, ese viejo barbón que no necesitaba un trozo de guajolote, (¿para qué, diosito, si tantos borregos pastas); y el Diablo, cabrón de mierda, caminaba orondo por las veredas, ataviado y con un chingo de marihuana (supongo); y la Muerte, otra cabrona de la que se compadeció el Macario. Ni pedo, se lo ganó, como dicen.

Eso y más vi en esa tele que aún conservo en un cuarto deshabitado, a donde van a parar las cosas viejas, pero que todavía sirven. Y el libro, casi mágico, lo conservo junto a Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, otro de los culpables que yo esté escribiendo ahorita. ¡Qué carajos, libros viejos, teles viejas, monocromáticos!

Tráfago

Nadia Villafuerte, Carlos Velásquez, Alberto Martín, Luis Pulido, Javier Toledo, Domingo Flores, Dulce Yaret, plumas que integran el fanzine Tráfago, que anda otra vez en la brega, con su ejemplar número dos.

mentas vlatido@yahoo.com.mx

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