Paranoia
Vladimir González R.
La ambulancia ulula: los pasos en una noche lluviosa son harto peligrosos. Corres con mucha precaución (no te vayas a caer con toda la pinche carga emocional que llevas encima) hacia la avenida central para perderte en los ríos de gente.
Avanzas con las piernas temblando. Sigues escuchando el llanto, el gemido (pinche puta) de la ambulancia. La oyes cerca, casi sientes su vaho chocando en tu cuello. El corazón agitado bombea tanta sangre que hincha tus venas.
Llegas, ves caras, rostros despreocupados, alegres, sin ninguna intención de mostrar la irritabilidad que produce el chillar de las ambulancias. Te sabes solo, atrapado entre el llanto.
No dejas que la muerte te sorprenda.
Quieres esconderte en las oquedades de la ciudad. Te desesperas. Corres. Sí, corre, huye, vienen por ti, saben que estás cerca, sienten tu olor, tu miedo. Das media vuelta y avanzas por la primera, segunda, tercera norte. Arrollas a la gente que encuentras a tu paso. Nada te importa.
¡Al diablo la precaución!
Agitado te detienes un momento. Hurgas en tus bolsillos en busca de un cigarro, de algo que te entretenga, que trate de despejarte. No lo encuentras, sientes que alguien te lo ha quitado, que te han arrebatado tu esencia. Lo percibes. Te sientes perseguido. El ulular te acosa. Estás arrinconado. Te sientas en la banqueta y dejas que la lluvia te bañe, que la muerte te alcance.
Cerca, muy cerca, escuchas a la ambulancia. Crees la muerte próxima. Cierras los ojos, esperas que te levanten, que los paramédicos te lleven. No traes identificación, también te la han robado.
¡Te hostigan!
Suspiras. ¿Por qué vas a dejar que ellos te lleven? No. Nunca más te engañarán, defraudarán, robarán, perseguirán, acosarán; a la chingada el sistema.
Te levantas y atraviesas la calle. Escuchas tus pasos, crees que son lentos. Ves el juego de luces reflejadas en las casas, en la calle. No quieres voltear. Sabes que su llanto, tan cerca, te mostrará las fauces que te quiere devorar.
¡Corre!
Crees que eres lento, pero no dejas de avanzar hacia el norte. Das grandes zancadas, alargas los pasos, resuellas. Escuchas el agua corriendo, ves pequeñas olas que se alcanzan a salir del cauce. Agua sucia, drenaje, baña tus pies.
La calle se termina, el río la atraviesa, la penetra. No hay puente. Quieres maldecir pero no te da tiempo. Te avientas. Adoptas una posición fetal antes de caer al agua. La corriente te arrastra, te devora. Te pierdes entre la noche, entre el agua. Escuchas a lo lejos, muy allá, el triste lamento de las sirenas.
mentas: vlatido@yahoo.com.mx
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