Oficio de tinieblas

Oficio de tinieblas
sclc/vlátido

miércoles, julio 06, 2005

Contaminado

Contaminado



Casi al mediodía los ladridos de los perros me despiertan. Perezosamente, sin disimular mi amodorramiento, me levanto al baño. Orino como si tuviera tres días de no hacerlo. Otra vez a la calle.
Llego a una de las plazas comerciales a comer algo rápido, por no decir barato. Pero ahí nada es barato y tampoco rápido. Pido unas gorditas y también una fanta. (Me asusta la coca, dicen que mata cucarachas y hasta puede funcionar como gasolina). Espero casi veinte minutos sentado cerca; escucho el murmullo de la modernidad que, a cuentagotas, alcanza a Tuxtla. Hace unos cuantos años no había fast food, tampoco varias salas cinematográficas, ni plazas comerciales como las de ahora. La gente llega a comer, a probar cualquier cosa mientras se entretiene mandando mensajes por el celular.
Camino sin garbo, atento a los vendedores de tarjetas de crédito que, cuidadosamente, saludan de mano al iniciar su chamba.
—No, gracias, tengo infinidad de tarjetas que ya no sé qué hacer con ellas. (Sí, son de presentación, de esas que dan algunos conocidos, inventándose títulos académicos e importantes cargos laborales).
Pregunto por relojes, también por navajas. No me sorprendo porque sólo lo hago para matar el tiempo. Después, en los videojuegos, compro una tarjeta y elijo un juego que no se vea tan difícil. Se trata de matar a unos patos que a intervalos desfilan por una suerte de aparador. Es fácil, pienso, pero confirmo que nunca serví para estas cosas.
Las señoras y sus hijas rondas las tiendas de ropa o zapatos. A veces entran juntas, otras prefieren separarse. Cada una tiene sus gustos. Tardan eternidades mirando, escogiendo, preguntando.
Sentado en una banca las observo mientras trato de encender un cigarro.
Entran en las tiendas de chácharas y escogen una pulsera, un anillo, lo que sea con tal de salir con las manos llenas —o por lo menos con algo— de una de sus tantas aventuras por las plazas.
Mis manos siguen vacías. Mi estómago, aunque comí, sigue retortijando; me peo gracias a la fanta.
Por la calle, caminando, pienso que todo Tuxtla se moderniza, se contamina. Es inevitable, estamos insertos en el mercado mundial y tenemos que hacer circular el capital (otra vez mis peroratas). Hay que comprar algo, gastar nuestra paga.
Y eso, digo, nos contamina. (Ya no pregunten por qué).
Pero así pienso cuando ando en la calle, solo. A pesar de que ese jipi de la Avenida Central diga que la pulsera que él vende es mejor y más barata que la que compré en la plaza.
Para qué negarlo, estoy contaminado.


Mentas: vlatido@yahoo.com.mx

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