Ratas
La noche empieza de maravilla. Apenas se oculta el sol compramos un sixto para empezar el jaloneo. Sabrosas y frías. Después unas gordas, piernudas (chichonas, también quiero decir). En la bodega todos están igual, algunos peor. La gente corre como loca, desesperada, rebotando en las paredes. Adrián sale al escenario entre esa bruma, humo, que caracteriza a los conciertos de rocanrol. Prueba el micrófono y su voz argentina —bien le queda el calificativo— retumba, hace eco en algunas mentadas de madre y reclamos. Apúrate, cabrón, que no tengo tu tiempo. A capela: Es de esperar que algún mediocre sea, quien juzgará de lo que nada sepa. La alineación completa de Rata Blanca sale de la penumbra. Batacazos y guitarrazos. Chillen, cabronas, lloren. Todos saltan y llueven las estrellas que, al caer, queman la piel. Pero a casi nadie le importa, hasta hay quien las recoge y le da sus tres de rigor; las rolan hasta la esquina, donde alguien apenas las acaba de matar. Pasa la vida bacha. Pareciera que los dedos de Walter son un dildo porque su guitarra llora de placer. Las masturba. Y empieza a tejer melodías orgásmicas: las brujas, que reparten besos, se montan en escobas que atraviesan sus vaginas. Surcan las aguas etéreas, de viento; estimulan a las nubes para que nos bañen, nos sumerjan en mares calmos, completamente salados. Ensordece. Gustavo empuña las baquetas como un fusil que dispara, a mansalva, a los cazadores de ballenas. Los guerreros que danzan en el mar brincan hasta un arcoiris; psicodélicos pelean por un mundo verde, lleno de verde, todo verde, bien verde, listo para vivir a brinquitos entre estados, países, viajes, viejas y fajes. Las cuerdas gruesas del bajo de Guillermo enaltecen una pared de sonido que lleva el ritmo, complementa el rito. De la penumbra decibélica salen dragones que no ven porque los magos han arrancado sus ojos, que vuelan hasta el medioevo en busca de algún libro oculto entre rosas. De las grietas de la bodega, en las alturas, desciende Agord, esa bruja que anda en busca de cerebros para destruir. La raza salta, brinca, despavorida: nadie quiere ser un zombie. Huyen entre espinas con la convicción firme de demostrar su realidad a todos aquellos que quieren ser más. Corro detrás de ellos, extasiado por la piel de esa mujer, misteriosa, amante, que me abriga con su calor. Sorteo ratas, miles, que buscan un lugar donde guarecerse. La noche es maravillosa, tanto que no quiero despertar.
Zapping
Alipuz, ese mi fanzine que espera a estar bien fermentado para raspar la garganta de sus adictos, rola como una hoja al viento (queyayo, tionoquis). Gracias, miles, al Pulido y al Navo por tirarlo a la calle. Va en el sietevecessiete.
mentas: vlatido@yahoo.com.mx
1 comentario:
Quiubo, aquí devolviendo la visita. Qué dices. Los escritores son expertos en soñar mentiras y pesadillas, a poco no? Je. Un saludo desde la frontera norte hi' hiñor.
humphreybloggart.blogspot.com
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