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Murmullos
A mí me gustaba escuchar a los demás, que me platicaran sus cosas, sus vivencias. No era, como algunos suponían, un buen charlador. Pero cuando alguien se acercaba a mí a contarme sus penurias ponía atención, y me satisfacía la “plática” en una cantina.
Y si dije la “plática”, es porque tenía la voluntad de escuchar a quien quería hablar. Sin embargo, quiero contarles, todo se acabó. Me he vuelto intolerante. Las pláticas sabrosas, las chelas, la rockola y el baile duranguense, se fueron a la chingada. Ahora sólo escucho el chillido del viento, el tac, tac, tac de las gotas de lluvia, los aullidos de los perros, y unos murmullos que no me dejan en paz. ¡Pinches murmullos! A veces sigo con cierto morbo sus cuchicheos, y otras, casi todas, ¡me fastidian!
He identificado los murmullos, y me he hecho una imagen de quiénes los emiten. El de atrás (sin albur), por ejemplo, es de un alma en pena, mujer, creo, de voz chillona, lacerante, un verdadero martirio para el oído. Atrás mismo se escucha el tintineo de un cencerro, al parecer, que se acerca al otro murmullo y comienza una letanía. Los dos hacen recuentos de sus vidas, cuando eran felices, todo les sonreía. Hoy los imagino decrépitos, viejos, sin agua.
Los vecinos de esos murmullos también cuentan sus vidas. Se comunican entre sí. Se cuentan cosas, sus cosas, sus proyectos. ¿Cómo pueden hacerlos aquí? Tienen esperanzas. Pero a mí qué me importan.
Los murmullos están todo el día. Comienzan en la mañana, muy tempranito; a esa hora son unos cuantos. Después, mientras avanza el día, se hacen más, y más, y más, y más… ¡puf!, la histeria.
También se escuchan sus pasos, es decir, los de quienes cuchichean. No conozco, insisto, quiénes son. Me parece que buscan lucirse cuando andan por ahí porque pareciera gente que, en la calle, oronda, quiere que la volteen a ver. Y entre ellos se ríen, se burlan, se critican. No sé si reírme con ellos, de ellos o encorajinarme. Por tanta bilis me trajeron aquí.
Sinceramente trato de aislarme de los murmullos, y concentrarme en lo mío. Pero, otra queja, también hay policía aquí. Nada dejan ver. Cierran las ventanas, las obstruyen, les ponen candados… limitan mi voyerismo.
En fin… (Talita dixit).
Joven, cuando recorría las calles de la ciudad, me preguntaba sobre la existencia de Dios. Nunca tuve una respuesta clara, concreta, y en afirmaciones aventuradas, que algunos llamaban desliz, incluso lo negué. Hoy, en mi tumba, quiero creer en él. ¿Habrá alguien que lo conozca, y que me conozca, que le diga que estoy enterrado en el panteón municipal?
Zapping
Los de abajo es un grupo de mexicano de ska, chingón. Su acoplado “Latin ska force”, de perlas. Reúnen voces de otros lados, igual de chingonas. Los de la “Santa”, La casta”, la Kenny, el “Pateón”… ni hablar. ¡Y su ritmo! Caso raro: son más famosos en Europa que en México, y algunos de sus discos son importados. Caros. Altamente recomendable.
mentas: vlatido@yahoo.com.mx
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