Punk rocker
Los atardeceres, en mi cuarto, son monótonos. El chillido del ventilador, duro y dale, tac, tac, tac, adormece; caigo desesperado en la cama. Sudo. La pinche cruda, resaca del día anterior, me pone irascible. Desesperado.
Me aflige la edad de mi computadora. Está viejísima. No lee, con eso lo digo todo, las memorias USB. Necesito otra. De reojo, tirado en la cama, con la televisión prendida, zapping, volteo a verla. Su aspecto ni siquiera me invita a escribir, a prenderla, enamorarla. No me excita. Hace días que busco una laptop. Caras las hijas de la chingada. Pregunto por ellas, las veo, acaricio, tiemblo. El precio me baja la erección. La calentura. La solución, en tiempos del capital financiero, es una tarjeta de crédito.
En huaraches, pantalón raído, playera del Che, despeinado, me lanzo a la plaza. Busco a los tipos que ofrecen tarjetas. Se ponen, como putas, en cada esquina, rincón de las tiendas en el centro comercial. Detienen a todos, venden dinero plástico. Antes me encabronaban, ahora quiero escucharlos: tasa cero, el plástico no le cuesta, sin anualidades, tarjeta light, talón de pago, credencial de elector, comprobante de domicilio… ¿ya cuenta con una?
Me miran de pies a cabeza, incrédulos. Mi playera —el revolucionario es el eslabón más alto de la humanidad— tiene un par de hoyos. ¿Cuánto gana usted? Ni trabajo. Quiero una computadora, una tarjeta. Quiero escribir, y gastar.
Las niñas bien —pantalones a la cadera, piercing, tatuajes en la naciente nalga— me ven como esnobista. Una de tantas se mantiene atenta a la conversación con el vendedor; parece observar mi rostro, mis reacciones. Cara compungida ¿cuánto gana?; mano en la cabeza, deslizándose por el pelo ¿cuenta con una?; eructo de gastritis, ¿tiene credencial de elector? Me alejo unos cuantos pasos, por curiosidad volteo. La chica aich también inquiere, pegunta, sonríe, todo es amable.
Ando por los pasillos de la plaza, deslumbrado por los aparadores. Llego, casi por inercia, a la tienda de discos. Veo de todo. Encuentro uno de The Ramones. It’s alive. No traigo efectivo, cash (Zedillo dixit). Tomo el disco y me encamino, sin ver más para no caer en tentaciones, a la caja. Mucha gente, mucha cola. 99 pesos, barato. Busco en mi cartera la tarjeta de débito. Tarjetazo.
Ventilador latoso, cama mojada, mi cuarto, enciendo la computadora. Esto sí me motiva: desempaco el disco y selecciono la canción preferida: Sheena is a punk rocker.
mentas: vlatido@gmail.com
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