Oficio de tinieblas

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sclc/vlátido

viernes, febrero 23, 2007

Elote asado

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Elote asado



A San Cristóbal llego por ai de las 3 de la tarde. Llevo un hambre de los mil demonios. Lo primero que hago, al bajar del camión, es comprar un cigarro. Me espero para fumarlo. Después busco, cerca de la terminal, a una señora que se pone, junto con un pequeño anafre, sobre la avenida principal. En ese anafre asa elotes. Cinco pesos, me dice mientras unta limón, sal, chile a uno y lo envuelve en un doblador. Pido el mío.
La avenida que lleva hacia el parque está empolvada. Con mis zapatos, mientras camino, pateo montoncitos de polvo que algunos niños, supongo, hicieron durante el día. Los destruyo. Chasqueó los dientes pues el limón y el chile untado en el elote me los destempla.
Solamente he mordido un par de veces el elote. Juego con los granos dentro de mi boca, mientras unos niños indígenas corren hacia mí. Quieren que les compre baratijas. No, gracias, les digo.
Por la avenida una perra en celo paraliza el tráfico. Se cruza de una acera a la otra; desquicia a los conductores. En pos de la perra unos cinco perros, jadeantes, babeantes. No puedo evitar encontrarme entre la manada. Husmean. Más adelante orinan en uno de los parques, por donde venden dulces, más baratijas y ropa. En los portales, mientras tanto, una señora me llama con insistencia. Quiere que coma en su fonda. Prefiero el elote. A mí me vale si en éste se han parado las moscas, si la doña que lo vendió no se lavó las manos. Pero no vi perros orinando cerca del anafre.
Mis pasos son lentos, es parte de la estrategia para disfrutar mejor el elote. Algunos dicen que es mejor sentarse a comerlo. A veces creo eso, pero quiero ganar tiempo. No importa que camine despacio. Avanzo. Aunque no tengo tanta prisa como parecieran tener otros. Una pareja de extranjeros, sabe de dónde, güeros y el pelo un tanto enmarañado, chocan conmigo. Caminan como si no aguantaran el frío. Reboto en una pared. Mi playera quedó llena de polvo, mi palma también. Trato de limpiarme, y continúo con el elote.
A un par de cuadras alcanzo a ver ya el parque central. Acelero un par kilómetros por hora. En ese claro aparece la gran Babel, el entrecruce de los vientos. Ya terminé el limón, quedan pocos granos. Empiezo a buscar un bote de basura. En la esquina hay uno. Me dirijo hacia él, muerdo por última vez el elote. Deposito los restos en la basura. Detrás, escondido del policía, un indigente, cipote en mano, orina.
Llevo mi mano a la bolsa de mi camisa, busco el cigarro. Después de saciar el hambre lo más agradable es fumar. Para que amarre, dicen.

mentas: vlatido@gmail.com

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