Oficio de tinieblas

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lunes, agosto 09, 2004

El ángel que cayó del cielo

Aquí van unos artículos que no había pegado

• El ángel que cayó del cielo




Riffs duros, la guitarra chilla y el requinto taladra los oídos; la voz platina, educada, de Arturo Huizar acepta, primero, ser un borrego de la sociedad, después se dice (y todos repetimos en coro) ¡un pinche loco! Así, con esa actitud, con esas características, apareció allá por la década de 1980 la banda emblemática, paradigmática diría, del metal mexicano: Luzbel.

Yo cursaba la preparatoria cuando los escuché. Llevé el casete a mi casa escondido entre mis cosas, lo puse en el walk man y comencé a nadar entre ríos de muertos, a sentir que mis manos se transmutaban en cuerdas de guitarra y sostenía paisajes de melodías encantadas (Luzbel dixit). Eran, para mí, la sensación, la irreverencia ante los Hombres G.

Un buen día, mi madre entró en mi cuarto y encontró el casete profano: en la portada aparecían demonios quemándose en el infierno, con actitudes retadoras y, en letras grandes, tenebrosas, el nombre del ángel que se cayó del cielo. Claro que eso no agradó para nada a mi madre, pero tampoco los tiró. Solamente me dio un jalón orejas y prometí no volver a escucharlo. Todo fue en vano.

Después, con el tiempo, me hice de varios de sus casetes, ahora discos: Metal caído del cielo, Pasaporte al infierno, Otra vez, Luzbel, La rebelión de los desgraciados, sus antologías perdidas, Evangelio nocturno, El tiempo de la bestia y los Vivo y desnudo.

Los cinco primero son, sin duda, los mejores. Pero los años han pasado, sus integrantes se han dispersado y solamente Huizar, con una voz cansada, casi aguardentosa, intenta revivir la leyenda. Atrás quedaron los buenos tiempos del heavy metal mexicano y, quizá, del heavy metal mundial.

Tuve la fortuna de asistir al concierto que ofrecieron en Tuxtla hace algunos años, pocos en realidad, y el espectáculo no fue lo que se esperaba, sobre todo por la voz del viejo Huizar. Sin embargo, ver al emblema del metal y recordar sus viejas rolas (Por piedad: ensayaron en ti ti toda la crueldad, eres un sacrificio sin terminar, en tu espalda abrieron canales de sangre que no alcanza a lavar el pecado del hombre, o la también vieja conocida La gran ciudad: y si te acercas al fuego verás salamandras volar, vienen sangrando recuerdos y así el sueño llega a su fin) fue lo único que valió el boleto.

Ahora recuerdo esos buenos tiempos, volviendo a escuchar, muy aferrado, sus canciones. Y quién sabe si volverá a haber otro grupo como ése, es más, quién sabe si volverá a existir otra propuesta del heavy metal clásico. Los grupos de la vieja guardia se extinguen, se hacen rucos. Ahí está Rata Blanca, o Ángeles del Infierno... y como esos, que canten en español (disculpen mi, cómo diré, chovinismo lingüístico), ya no hay.

Luzbel agoniza, siente los rayos del nuevo rock, de los nuevos géneros y de las nuevas generaciones. Pero siempre habrá irreverencia aun cuando los malditos mass media hagan circular la, dicen ellos, contracultura.







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