· Veneno esnob
En realidad es muy sencillo: enterarse un poco de los escritores (de moda o de culto), ir a la librería y pedir al empleado un título, el que sea, de los escritores de marras; después, investigar un poco sobre la música que acostumbran a escuchar los intelectuales y hacer el mismo procedimiento. Y si quiere verse todavía más chingón, adoptar costumbres raras, como esas de volverse vegetariano o hacer suyas creencias de países exóticos.
Los esnobistas apagan la tele y se ponen a leer. Niegan su historia. Se vuelven fantoches que deambulan por los cafés y no asisten, ni de broma, a ver los partidos de los Jaguares. Critican lo que siempre admiraron, se convierten en impostores.
Lenguaje y actitudes cambian. Se vuelven analíticos, adoptan un acento medio extranjero, algo así como españolito, caminan orondos y de vez en cuando prenden un cigarro mientras dan sorbos a sus tazas de café. Dejan de llevar encima revistas de espectáculos y la cambian por las culturales, por las de temas refinados.
De repente se sienten incomprendidos, amargados. No les satisface su alrededor. Antes reían a carcajadas con las ocurrencias de la hora pico, la academia y el big brother. Después dicen que todo es banal.
Se vuelven teóricos, analizan la realidad social. Saltan de los reality shows a los noticiarios, en los que, dicen, priva la mercadotecnia y las puras ganas de vender.
Pendantería esnobista o un verdadero cambio de actitud. Es difícil saberlo, a menos que empleemos esa técnica orwelliana para espiarlos día y noche y esperar a que cometan, en la soledad, algún error. Quizá cacharlos en el baño con una revista cursi; o en la cama arrullándose con canciones de Reyli.
No sé.
Les demos a algunos el beneficio de la duda. Sí, cambiaron. Entonces les podemos quitar el mote esnob, aunque les haya costado. Pero eso no significa que no puedan disfrutar de un buen partido de futbol, o dejar de ver los Simpson. ¿Total?
Y a quienes viven en la impostura, a esos sí, que se los cargue judas.
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